4/12/11

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Redacció AAVIB recomana llegir aquest article fins el final

María Virginia Jaua - salonkritik

Se trataría esta vez de hacer un ejercicio para el que cada vez se tiene menos vocación. No sólo los actos de lectura son cada vez más infrecuentes, no digamos ya, aquellos en los que se toma el trabajo de “leer” con atención y en los que se busca desentreñar los elementos significativos del discurso, situarlo en el contexto de su contemporaneidad, comparar con otras producciones, vamos lo que en resumen se debería hacer a la hora de “leer” una obra, un producto cultural.
Sin embargo, no parecen ser buenos tiempos para la crítica (ojo señores del consejo… estáis roncando), pero lo más grave de esto es que en consecuencia tampoco lo serán para las producciones, pues sabemos que –a pesar de la lógica ecónomica del sistema arte que funciona igual que cualquier producto detro del régimen de las especuelaciones capitalistas– las obras –y aquí me refiero a todas las producciones culturales– tienen su existir real en función de que sean “leídas” o No y dependerá de que tan “bien” leídas sean el que a su vez se hagan “productivas”.
Resulta un tanto desalentador ver cuántas exposiones se montan y se desmontan sin que nadie haga la menor alusión, cuantos libros se editan, etc; pero también resulta sorprendente que la mayoría de las veces dentro de eso que arriesgadamente podemos llamar “comunidad artística on and off line” lo que prevalece es una actitud de mudez en la que las producciones quedan como un monólogo rodeado de un mutismo y una “indiferencia”; no sólo no se acompaña las producciones con una lectura sino que cuando alguien ofrece la suya a la discusión, al diálogo compartido se hace un silencio sospechoso… o, peor, se busca descalificar la crítica con insultos la mayoría de las veces encubiertos en el pseudónimo. Rara vez, se interviene de manera directa, pública, respetuosa y de manera implicada en una opinión con la que podemos estar de acuerdo y enriquecer o con la que no estamos de acuerdo y tenemos oportunidad de argumentar por qué.
Es por ello, que no querría dejar pasar esta oportunidad de hacer un ejercicio de “crítica dialógica” dentro de esta esfera pública, con la opinión y el trabajo de un colega y un amigo al que respeto mucho, pero con el que –en algunos puntos, en esta ocasión- no estoy de acuerdo, y no puedo estar. Y al que sin embargo publicamos aquí salonkritik en nuestro pasado domingo festín caníbal.
Digamos que el texto de Luis Francisco Pérez sobre la última producción de Santiago Sierra en la galería Helga de Alvear, intenta con acierto una “falsa” genealogía sobre todo “formal” con respecto a los primeros trabajos de artistas concepuales como Hans Haacke, sin embargo se queda un poco ambigua con respecto al análisis del discurso, o con aquello que precisamente la obra quiere “traer” a nuestro real.
Es cierto que hay algo inquietante en la pieza de Sierra. No me detendré a describirla puesto que esto él ya lo ha hecho muy bien, pero diré que resulta aún más inquietante ver esa sala tapizada de fotocopias con ese código ya desencripado y estúpidamente “googeable”: CMX-04 mientras la gente bebe una copa de vino y piensa a dónde se irá a cenar.
Bien esto no tiene nada que ver con la pieza en sí misma, o sí. Pues el medio, también sería el mensaje. Pero volvamos a la pieza, y dejemos que sea ella la que “hable” si es que tiene algo que decir.
Ella, la pieza, está compuesta esta vez por unas cuantas fotocopiadoras que expulsan de si cientos de folios con una información inútil con la que a su vez se han tapizado las paredes de la galería.
Habrá (lo sé) quienes en este momento, arqueen las cejas, se “indignen”, se molesten o tuerzan el gesto. Pero es cierto, no hay allí ninguna “información valiosa” ni tampoco ningún “ruido secreto”, ningún enigma, nada que venga a anunciarnos una promesa; lo que hay ahí en todo caso, sería la misma estrategia falsaria, hipócrita y oportunista que tan caro le ha costado a Julian Assange su supuesta “revelación” de una información tan vaciada de significado como las propias letras que componen la pieza de Santiago Sierra.
Quizás, coincido con Luis Francisco Pérez en que Sierra es “inteligente” y juega siempre dentro de unos precarios y delgasísimos límites entre “la denuncia”, “la apología” o la "burla" dentro de los que pareciera ser, o quisiera ser un artista “amoral”. Pero vamos a ver un poco más detenidamente qué es un artista “amoral”, si acaso eso existe.
El principal escoyo en el que la obra de Sierra se estrella es el de la propia “conciencia” social en la que se produce, tanto la buena como la mala. Y esto es algo de lo que el artista no puede no ser conciente. Así como Julian Assange en algún momento se creyó el paladín de la información en Occidente, y en unos pocos segundos toda la intelectualidad de izquierdas se rindió ante él, al igual que los más poderosos medios de comunicación, Sierra busca sorprendernos con una información que ya a estas alturas no vale nada, o quizás, démosle el beneficio de la duda, lo sabe y por eso nos la presenta de esa manera “degradada” por la fotocopia.
Al ver las fotocopiadoras no pude evitar pensar en la absurda política cultural por medio de la que se quiere justificar lo injustificable de la reproducción y distribución del conocimiento y sus derivas mafiosas. Y esto, perdonen ustedes, es una pequeña disgresión: me habría gustado que Sierra le hiciera un pequeño guiño a la SGAE y a la ministra González Sinde, quien tan generosa se quedó con el tan comentado Premio que quiso darle, entre las cejas, entre las manos.
Pero volvamos a la pieza, si no fuera por su caracter de "deshecho" qué sentido tendría repetir a lo Jack Torrence un código que supuestamente encubriría una operación antiterrorista fallida, puesto que el ataque sí ocurrió y hubo víctimas mortales. Digamos que la “valentía” de Sierra o su “propuesta” artística es sugerir que la operación antiterrorista es el ataque terrorista. ¡Cuidado!, hacerlo de esa manera “velada” tomándose unas copas en el bar de al lado, pretendiendo vender esa pieza a un “coleccionista” de “arte” podría parecer un acto desquiciado o una tomadura de pelo.
Y es que a estas alturas para hacer ese tipo de arte hay que ser mucho más osado, mucho más potente. O quizás no, quizás hay que ser un loco, un desquiciado, un verdadero loco, uno de esos “iluminados” (más allá del bien y del mal) que Buñuel rescató de Pérez Galdós, pues de lo contrario se correría el riesgo de no alcanzar ninguno de los objetivos del arte, ni ético ni estético en una obra que se autoinvalida dentro de su propio contexto y de la propia lógica en la que se presenta.
Pero Sierra, no está desequilibrado y en ese sentido la “amoralidad” del artista no es sino una impostura, una simple manera que tiene de colocarse en un lugar desde donde hacer visible la falla del sistema, pero esto no siempre funciona o no va a funcionar, salvo que encuentre una manera –esa sí– “inteligente” de "utilizar" los propios poderes a los que él también está sujeto y en los que debe admitir que también participa. Lo que en el pabellón de Venecia fue un acierto, porque el artista supo hacer uso de los mecanismos desde dentro, aquí y en otras obras como el No, global tour fracasan precisamente por esa “contradicción política” en la que está excluido un verdadero ejercicio crítico de la sociedad en la que le guste o no forma parte.
Quizás, para regresar al diálogo siempre abierto con mi amigo Luis Francisco y terminar este pequeño ejercicio, diría que quizás ahí reside la aporía: en la lógica desquiciada en la que está atrapada el arte y el artista, pero también nuestra sociedad, cada uno de nosotros: en la posible imposibilidad de hacernos poseedores de un pensamiento verdaderamente libre.