Redacció AAVIB recomana llegir aquest article fins el final
Se trataría esta vez de hacer un ejercicio para el que cada vez se tiene
menos vocación. No sólo los actos de lectura son cada vez más
infrecuentes, no digamos ya, aquellos en los que se toma el trabajo de
“leer” con atención y en los que se busca desentreñar los elementos
significativos del discurso, situarlo en el contexto de su
contemporaneidad, comparar con otras producciones, vamos lo que en
resumen se debería hacer a la hora de “leer” una obra, un producto
cultural.
Sin embargo, no parecen ser buenos tiempos para la crítica (ojo
señores del consejo… estáis roncando), pero lo más grave de esto es que
en consecuencia tampoco lo serán para las producciones, pues sabemos que –a pesar de la lógica ecónomica del sistema arte que funciona igual que
cualquier producto detro del régimen de las especuelaciones
capitalistas– las obras –y aquí me refiero a todas las producciones
culturales– tienen su existir real en función de que sean “leídas” o No y
dependerá de que tan “bien” leídas sean el que a su vez se hagan
“productivas”.
Resulta un tanto desalentador ver cuántas exposiones se montan y se
desmontan sin que nadie haga la menor alusión, cuantos libros se editan,
etc; pero también resulta sorprendente que la mayoría de las veces
dentro de eso que arriesgadamente podemos llamar “comunidad artística on
and off line” lo que prevalece es una actitud de mudez en la que las
producciones quedan como un monólogo rodeado de un mutismo y una
“indiferencia”; no sólo no se acompaña las producciones con una lectura
sino que cuando alguien ofrece la suya a la discusión, al diálogo
compartido se hace un silencio sospechoso… o, peor, se busca
descalificar la crítica con insultos la mayoría de las veces encubiertos
en el pseudónimo. Rara vez, se interviene de manera directa, pública,
respetuosa y de manera implicada en una opinión con la que podemos estar
de acuerdo y enriquecer o con la que no estamos de acuerdo y tenemos
oportunidad de argumentar por qué.
Es por ello, que no querría dejar pasar esta oportunidad de hacer un
ejercicio de “crítica dialógica” dentro de esta esfera pública, con la
opinión y el trabajo de un colega y un amigo al que respeto mucho, pero
con el que –en algunos puntos, en esta ocasión- no estoy de acuerdo, y
no puedo estar. Y al que sin embargo publicamos aquí salonkritik en
nuestro pasado domingo festín caníbal.
Digamos que el texto de Luis Francisco Pérez sobre la última
producción de Santiago Sierra en la galería Helga de Alvear, intenta con
acierto una “falsa” genealogía sobre todo “formal” con respecto a los
primeros trabajos de artistas concepuales como Hans Haacke, sin embargo
se queda un poco ambigua con respecto al análisis del discurso, o con
aquello que precisamente la obra quiere “traer” a nuestro real.
Es cierto que hay algo inquietante en la pieza de Sierra. No me
detendré a describirla puesto que esto él ya lo ha hecho muy bien, pero
diré que resulta aún más inquietante ver esa sala tapizada de fotocopias
con ese código ya desencripado y estúpidamente “googeable”: CMX-04
mientras la gente bebe una copa de vino y piensa a dónde se irá a cenar.
Bien esto no tiene nada que ver con la pieza en sí misma, o sí. Pues
el medio, también sería el mensaje. Pero volvamos a la pieza, y dejemos
que sea ella la que “hable” si es que tiene algo que decir.
Ella, la pieza, está compuesta esta vez por unas cuantas
fotocopiadoras que expulsan de si cientos de folios con una información
inútil con la que a su vez se han tapizado las paredes de la galería.
Habrá (lo sé) quienes en este momento, arqueen las cejas, se
“indignen”, se molesten o tuerzan el gesto. Pero es cierto, no hay allí
ninguna “información valiosa” ni tampoco ningún “ruido secreto”, ningún
enigma, nada que venga a anunciarnos una promesa; lo que hay ahí en todo
caso, sería la misma estrategia falsaria, hipócrita y oportunista que
tan caro le ha costado a Julian Assange su supuesta “revelación” de una
información tan vaciada de significado como las propias letras que
componen la pieza de Santiago Sierra.
Quizás, coincido con Luis Francisco Pérez en que Sierra es
“inteligente” y juega siempre dentro de unos precarios y delgasísimos
límites entre “la denuncia”, “la apología” o la "burla" dentro de los
que pareciera ser, o quisiera ser un artista “amoral”. Pero vamos a ver
un poco más detenidamente qué es un artista “amoral”, si acaso eso
existe.
El principal escoyo en el que la obra de Sierra se estrella es el de
la propia “conciencia” social en la que se produce, tanto la buena como
la mala. Y esto es algo de lo que el artista no puede no ser conciente.
Así como Julian Assange
en algún momento se creyó el paladín de la información en Occidente, y
en unos pocos segundos toda la intelectualidad de izquierdas se rindió
ante él, al igual que los más poderosos medios de comunicación, Sierra
busca sorprendernos con una información que ya a estas alturas no vale
nada, o quizás, démosle el beneficio de la duda, lo sabe y por eso nos
la presenta de esa manera “degradada” por la fotocopia.
Al ver las fotocopiadoras no pude evitar pensar en la absurda
política cultural por medio de la que se quiere justificar lo
injustificable de la reproducción y distribución del conocimiento y sus
derivas mafiosas. Y esto, perdonen ustedes, es una pequeña disgresión:
me habría gustado que Sierra le hiciera un pequeño guiño a la SGAE y a
la ministra González Sinde, quien tan generosa se quedó con el tan
comentado Premio que quiso darle, entre las cejas, entre las manos.
Pero volvamos a la pieza, si no fuera por su caracter de "deshecho"
qué sentido tendría repetir a lo Jack Torrence un código que
supuestamente encubriría una operación antiterrorista fallida, puesto
que el ataque sí ocurrió y hubo víctimas mortales. Digamos que la
“valentía” de Sierra o su “propuesta” artística es sugerir que la
operación antiterrorista es el ataque terrorista. ¡Cuidado!, hacerlo
de esa manera “velada” tomándose unas copas en el bar de al lado,
pretendiendo vender esa pieza a un “coleccionista” de “arte” podría
parecer un acto desquiciado o una tomadura de pelo.
Y es que a estas alturas para hacer ese tipo de arte hay que ser
mucho más osado, mucho más potente. O quizás no, quizás hay que ser un
loco, un desquiciado, un verdadero loco, uno de esos “iluminados” (más
allá del bien y del mal) que Buñuel rescató de Pérez Galdós, pues de lo
contrario se correría el riesgo de no alcanzar ninguno de los objetivos
del arte, ni ético ni estético en una obra que se autoinvalida dentro de
su propio contexto y de la propia lógica en la que se presenta.
Pero Sierra, no está desequilibrado y en ese sentido la “amoralidad”
del artista no es sino una impostura, una simple manera que tiene de
colocarse en un lugar desde donde hacer visible la falla del sistema,
pero esto no siempre funciona o no va a funcionar, salvo que encuentre
una manera –esa sí– “inteligente” de "utilizar" los propios poderes a
los que él también está sujeto y en los que debe admitir que también
participa. Lo que en el pabellón de Venecia fue un acierto, porque el
artista supo hacer uso de los mecanismos desde dentro, aquí y en otras
obras como el No, global tour fracasan precisamente por esa
“contradicción política” en la que está excluido un verdadero ejercicio
crítico de la sociedad en la que le guste o no forma parte.
Quizás, para regresar al diálogo siempre abierto con mi amigo Luis
Francisco y terminar este pequeño ejercicio, diría que quizás ahí reside
la aporía: en la lógica desquiciada en la que está atrapada el arte y
el artista, pero también nuestra sociedad, cada uno de nosotros: en la
posible imposibilidad de hacernos poseedores de un pensamiento
verdaderamente libre.