3/7/12

Exposición Memoria del agua (y vicecersa) Joan Cortés

Iglesia del Convento de Santo Domingo
Del 7 de julio al 25 de agosto
De martes a domingo: de 11:00 h a 13:30 h
De martes a sábado: de 18:30 h a 23:00 h
Lunes y festivos: cerrado

La otra memoria del agua

Hoy el artista se siente libre para dar la vuelta a la propia obra. La existencia del autor avala esta libertad que es intransferible. En su ausencia, nadie podrá tomarse la libertad de coger las distintas piezas que conforman una obra y componerlas de diferente manera, pasarlas del suelo al techo, cambiar la composición, alterar las perspectivas, someter la luz a un nuevo reto y crear con ello otra obra. Es una libertad ganada desde la contemporaneidad.
Joan Cortés ha recuperado las piezas que conforman Memoria del agua, una obra de dimensiones extraordinarias, su escultura más monumental, la que realizó en 2009 para el histórico aljibe d'Es Baluard Museu d'Art Modern i Contemporani de Palma, y la ha transformado para jugar, en este caso, con el espacio no menos histórico de la iglesia del Convent de Sant Domingo de Pollença. Quizá John Berger se preguntaría una vez más si es la escultura la que juega con el espacio o, como afirmó el teórico, si es el espacio el que establece el juego. En todo caso, recordaremos a Chillida cuando agradecía al espacio que pusiera límites al universo, pues sabía que precisamente estos límites le permitían ser escultor.
Así, sometido al espacio, el escultor Joan Cortés trabaja una obra nueva a partir de aquella Memoria del agua preexistente. Una obra que, titulada Memoria del agua (y viceversa), ya nos habla desde ese mismo título de que el artista no reniega ni olvida sus precedentes. Yo diría más, Joan Cortés reivindica con esta nueva escultura el propio proceso de creación y realización de la inmensa mayoría de sus obras. Parece querer que nos fijemos en algunas de las máximas que, desde siempre, han guiado su trabajo. Memoria del agua (y viceversa) se nos presenta así como la reafirmación sin complejos del lenguaje propio, la vindicación de la identidad del autor por si a alguien le cupiera duda alguna sobre la veracidad del grito de Flaubert: "Madame Bovary, c'est moi!".
Podemos remontarnos a cualquiera de las épocas creativas de Joan Cortés que hallaremos numerosas esculturas que, sea cual sea su aspecto final, siguen un proceso de realización muy similar. Sean papeles, maderas o materiales sintéticos, Cortés crea mayoritariamente a partir de módulos, de la suma de módulos. Es su manera de ocupar el espacio y, sobre todo, es el camino para encontrar nuevas formas. Sólo tenemos que pensar en cómo ha configurado volúmenes sinuosos a partir de rodajas de madera situadas una junto a la otra, cómo ha infundido el ritmo a la pieza a partir de la composición de estas láminas y cómo ha conseguido una gran diversidad de ritmos y de formas según la composición finalmente decidida para cada ocasión. Sólo tenemos que fijarnos en cómo ha sometido la obra a los caprichos de la luz al colgar una especie de racimo de lágrimas o de formas almendradas que se acarician unas a las otras. O, de la misma manera, sólo hemos de contemplar las acumulaciones de esferas más recientes y cómo la suma de todas ellas supone cada vez un nuevo reto creativo.
Sobre esta manera de proceder escribía Santiago B. Olmo precisamente en el catálogo que, con motivo de la exposición Memoria del agua, editó el museo Es Baluard: "Joan Cortés ha desarrollado una práctica artística centrada en la exploración de los materiales y en como permiten al espectador variar y transformar la experiencia del objeto y del espacio". La nueva escultura, Memoria del agua (y viceversa), tal como la ha concebido para la iglesia del Convent de Sant Domingo, remite también a tantas obras suyas que penden del techo y que son un cántico de ritmos suspendidos. El artista regresa a uno de sus procesos habituales, el proceso de inversión del que también hablaba Olmo en la citada publicación. Y, como decía al empezar el presente texto, somete a la pieza, a las piezas que conforman la obra, a un nuevo encuentro con la luz. Baudelaire lo percibió con la precisión del buen observador: cualquier efecto de luz añade o quita matices a la pieza. De esta forma, al tiempo que la obra toma otra corporeidad y se convierte en otra escultura, provoca una percepción diferente, una nueva experiencia para el espectador pero también y sobre todo para el propio artista.
Ahora bien, en la obra que hoy se nos presenta, Joan Cortés no sólo reivindica su lenguaje por el hecho de construir esta gran escultura a partir de módulos –un proceso que es preciso reiterar que utiliza también en sus piezas de dimensiones más reducidas-, sino que multiplica una de las sensaciones que, con mayor frecuencia, se ha atribuido al conjunto de su obra. Si al presentar Memoria del agua tres años atrás en Es Baluard, ya hablábamos de la ligereza como característica de la escultura, ahora, al recorrer esta Memoria del agua (y viceversa) desde la pequeñez del observador que contempla aquello que es grande y además está elevado, la sensación de ligereza aumenta en proporción directa a la espiritualidad que gana la obra por si misma pero en este caso también condicionada por el espacio que la envuelve.
Una obra, como la totalidad de las obras de Joan Cortés, que destaca también por su pureza. Es el blanco que la inunda, pero no sólo se trata del blanco. Son estas formas sinuosas y extremadamente suaves, sin aristas, a las que nos tiene acostumbrados el artista de Pollença. Y es asimismo y sobre todo el cuidado con el que están trabajadas. Es la atención que pone en los materiales, en los acabados de las superficies, el saber hacer, la técnica aprendida y el espíritu del artesano, una manera de obrar que, no está de más recordarlo, ha alimentado a Joan Cortés desde una larga y bien dirigida tradición familiar.
Así, no sólo Memoria del agua (y viceversa), sino toda la obra de Joan Cortés tiene del arte en mayúsculas que siempre nos sitúa y sitúa al artista ante lo desconocido (Chillida dixit), pero también tiene de la artesanía el deseo básico de realizar bien una tarea. Eso lo tiene escrito el sociólogo norteamericano Richard Sennet en una de sus obras cumbre, la que dedicó precisamente al artesano y a la artesanía. Entre las suculentas páginas, Sennet se pregunta qué nos enseña de nosotros mismos el proceso de producir cosas concretas y el interés por hacerlo bien. Joan Cortés, a quien debemos reconocer que de momento nunca ha traicionado alguna de las características esenciales de su obra y siempre ha optado por ahondar y aprender a través de esta práctica, nos responde a ello.
Cristina Ros Salvà
Junio 2012

Joan Cortés

Joan Cortés (Pollença, Mallorca, 1964) realiza un trabajo que destaca por su coherencia y su carácter personal. Durante más de una década, este artista mallorquín ha establecido un particular acercamiento a la escultura que se concreta en formas de un blanco etéreo que combinan, en su concepción el objeto, la arquitectura, la instalación, la fotografía y el grabado.
Delicadas esculturas mínimas protegidas por vitrinas, colgando del techo o reposando en esbeltos pedestales son algunas de las piezas características de la obra de Cortés. Diferentes materiales, tales como madera, plástico, resina o yeso, se convierten en formas que expresan nuestra búsqueda de la perfección y una naturaleza imperfecta. Objetos que no tienen otra función que la de inspirar un sentimiento.
Debemos destacar la exposición individual realizada en el 2009 en Es Baluard Museu d'Art Modern i Contemporani de Palma bajo el título Memòria de l'Aigua.
Su obra forma parte en las siguientes colecciones públicas y fundaciones: Ajuntament de Palma de Mallorca, Ayuntamiento de Pamplona, Col·lecció Testimoni, La Caixa, Colección Museo Patio Herreriano, Conselleria de Cultura, Govern de les Illes Balears, Fundación Coca-Cola, España, Fundació Sa Nostra, CAC Málaga, Museu d'Art Modern i Contemporani de Palma 'Es Baluard', entre otros.