11/9/11

15:44
Imatge: Laura Klamburg
FRANCESC M. ROTGER | Diario de Mallorca
El anuncio de más recortes para la cultura demuestra que todavía pueden hacerse las cosas peor y, sobre todo, que la cultura no la considera nadie una prioridad. La sensata rectora de la Universitat de les Illes Balears, Montserrat Casas, ha dejado claro (desde el título de su conferencia en el Club de este diario) que "el conocimiento es un motor de generación de riqueza", pero el mero concepto de "industria cultural" (que sí tienen claro en Cataluña) debe resultar arduo de asumir por aquellos a quienes sólo se les ve hojear un libro el 23 de abril, porque hay fotógrafos delante. Puedo contar con los dedos de una mano a los políticos a quienes he visto en el teatro en el último cuarto de siglo antes y después de ser cosa, y no únicamente durante. Así que una pega básica la representa la ignorancia...
..., lo mismo que nos programan las zonas verdes (es un decir) y el transporte público quienes se desplazan en coches oficiales.


La concepción de la cultura como algo prescindible resulta aún más preocupante cuando aquellas áreas que, en teoría, no lo son (educación y sanidad), también están cayendo víctimas de los recortes, por mucho que los próceres lo nieguen y se acusen unos a otros de cruzar la delgada línea roja. El mero hecho de dar pábulo a que los profesores son unos vagos ya me parece escandaloso: hasta quien carece del graduado escolar sabe que sus horas de trabajo no son sólo las clases, sino la preparación de éstas, las correcciones de los trabajos y de los exámenes, las tutorías, las reuniones con los padres, las evaluaciones, etcétera; si fuera político, preferiría enfrentarme a una manifestación de "indignados" que a una clase de tercero de ESO. En cuanto a la tirria de algunas personas a que sus hijos (o los hijos de los demás) sean educados en catalán, no encuentro el precepto constitucional que la avale, porque en el artículo 27 de la Carta sólo habla del derecho de los padres a elegir "formación religiosa y moral", pero no idiomática; y ese hipotético pobre niño escolarizado en lengua cooficial que no sabe español, me da la impresión de que pertenece a la categoría de las quimeras. Pero es que, además, la frontera entre educación y cultura se antoja de lo más dudoso: los libros, la música, el teatro, la danza, las exposiciones, la divulgación científica, constituyen la manera que tenemos los adultos de continuar educándonos.
Ese planteamiento de que ya recuperaremos los festivales, ferias o temporadas cuando vengan las vacas gordas, supone un error garrafal. La edición que no se celebra se ha perdido: desaparece del calendario, los programadores la ignoran, y lo ímprobo es conseguir volver a él. A Berlusconi se le ha ocurrido eliminar provincias, pero no suspender el Festival de Venecia. La Temporada Alta de Girona bate, este año, su récord de espectáculos y de entradas a la venta. La desaparición de determinados eventos, si se confirma, va a darnos una imagen de comunidad bananera que veo que estamos empezando a merecernos. 
A nadie se le escapa que los tiempos son duros y que hay que apretarse los cinturones. Pero parece evidente que una cosa es reducir en un porcentaje razonable los presupuestos culturales y otra suprimir partidas directamente. Hasta quienes están obrando los recortes saben que los responsables del déficit no son, ni los espectadores (que casi siempre pagan dos veces: con el abono de la entrada y con sus impuestos), ni los profesionales de la cultura, que, en general, no se distinguen por su elevado tren de vida. Y si no saben que es así, peor.