Imagen: Martí-Saiz |
Existe preocupación, compartida, por el escenario económico en el que estamos inmersos, sentimos inquietud por la forma en que los líderes europeos están llevando la gobernanza europea, mal y tarde y siento además desazón porque creo que la crisis acabará afectando a la cultura. Las instituciones europeas no saben, no contestan: los primeros ministros están sobrepasados, las agencias de rating norteamericanas, Standard & Poor´s, Moodys o Fitch, amenazando a los estados y a lo suyo con sus modelos econométricos y los mercados hundiéndose. Aquí solo manda la señora Merkel –Merkel oficia, el resto son acólitos– y su severidad con los periféricos conseguirá que no levantemos cabeza en muchos años.
Las administraciones públicas han gastado, despilfarrado, usado y abusado de nuestros impuestos durante muchos años, especialmente los doce últimos de desarrollo económico incontrolado, hemos vivido un crecimiento de la economía como nunca antes habíamos conocido. Parecía que Alan Greenspan había conseguido romper la recurrencia de los ciclos económicos, que fueron una constante desde los tiempos bíblicos de José –el José, intérprete del los sueños del Faraón, que tan bien narra el Génesis–, siete años de vacas gordas y siete años de vacas flacas. Cuando las cosas van bien hay que guardar para cuando van mal. Los políticos han hecho lo contrario, en periodos de bonanza económica han competido con la iniciativa privada haciendo inversiones y encareciendo costes materiales y salariales, cuando deberían haber guardado para un vez agotado el ciclo expansivo, suplir la atonía de la actividad privada. Ahora estamos empantanados sin un céntimo público o privado y, encima, la exigencia alemana de reducir el déficit, hasta extremos que impedirán cualquier atisbo de recuperación. Esto es lo que hay, de esta crisis saldremos alemanes o no saldremos.
La falta de recursos reduce la preocupación, si la hubiere, por cuidar la educación y la cultura. Se comenta por los mentideros ciudadanos que los nuevos administradores tienen otras prioridades, la ausencia de inversiones culturales no chirría, o chirría poco. Sin bibliotecas, sin música, sin teatro, sin cine, sin exhibiciones artísticas, se puede vivir, está claro, pero no nos olvidemos de que ya los clásicos, con su visión teleológica de la vida, creían que el conocimiento y la cultura, eran la vía para alcanzar el bienestar social. Aristóteles lo defendía con pasión. Bueno, Aristóteles dijo todo antes que todos, pero también Federico García Lorca, símbolo contemporáneo de la literatura española –amigo íntimo del genio del surrealismo Salvador Dalí–, decía que a través de la cultura se podían resolver los problemas en que se debatía entonces la sociedad. Y hoy sería igual.
Citar a García Lorca siempre ayuda para argumentar en favor de mantener y fomentar la cultura, incluso a pesar de la crisis, y en este sentido es oportuno trascribir un párrafo del discurso que pronunció en 1931 con motivo de la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros (Granada) : "Yo, si tuviese hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro… bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado…". Y haciendo referencia a Dostoyevsky, cuando estaba prisionero en Siberia y pedía libros para que su alma no muriera, añade: "La agonía física de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida".