2/12/10

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 Andrés Nagel
 
Es INDIGNANTE que se deje caer Chillida Leku. Como si nos sobraran patrimonio y personas que a lo largo de su vida, con inteligencia, ética y constancia, han sabido construir una obra con la carga y el alcance de la de Eduardo Chillida. Un centro que, además de lo que mostraba, contiene sus archivos personales, documentación de todo un momento artístico en relación con personalidades e intelectuales de su época, los estudios preparatorios, la colección completa de su obra gráfica (tan fundamental como la escultórica), una enormidad de dibujos, cientos de pequeños esquemas y maquetas claves en la comprensión de su trabajo y la importantísima colección de escultura. Un centro fundamental para el estudio de la obra de uno de los escultores más importantes y coherentes del siglo XX.

Estamos viviendo en medio del desprecio o, al menos, de la indiferencia hacia actitudes verdaderamente válidas en el mundo de la cultura. ¿Qué es lo que queremos? ¿Bling bling, parques temáticos, museos hechos de escaparates de navidad? ¡Como si nos sobrara material de primera para dejarlo escapar! No sé las reacciones que podría producir ese cierre; de todas formas, me avergüenza el trato humillante a una institución que desde la cercanía al autor ha sabido mantener el rigor del artista a través de conocimientos de primera mano. Me da Vergüenza que se deje cerrar el lugar que concentra todo el sentido de la obra de la máxima personalidad en el arte que ha dado este país. Vergüenza por la ingratitud de nuestra comunidad hacia algo de lo que todos nos estamos beneficiando a diario. Las esculturas de Txillida no son objetos en un museo, sino algo que hace que nuestra vida sea distinta. Son presencias que están ahí aunque no las veamos; vuelven mucho más valioso el espacio en que nos movemos. El Peine del Viento no sólo define una plaza, pues su alcance llega toda una ciudad que nunca sería la misma sin él, al igual que Córdoba no sería la misma sin la Mezquita. Incluso para el ciudadano que nunca la haya visitado (que lo habrá) su presencia pesa demasiado para que no le afecte.

El cierre de una empresa produce unos problemas sociales y personales muy duros; las consecuencias de la clausura de un museo serio son dramáticas en su entorno.

Sé que San Sebastián es un lugar diminuto para la potencia de Chillida, pero da la casualidad de que nació aquí, el grueso de su trabajo lo hizo aquí y además teníamos la suerte de contar con un museo que reunía una gran parte de su trabajo. Parece ser que esto nos sobra. La cultura popular demuestra la riqueza de la vida de una comunidad, sin embargo los pensamientos sólidos y clarividentes son los que dan consistencia a las decisiones de futuro. Es probable que los artistas no hagan nada inmediatamente práctico, pero a la larga son los que contribuyen a poner orden de forma silenciosa en las cabezas de quienes toman decisiones. Para quien no quiera enterarse, estoy hablando de aquellos que manejan la política, la justicia y todo cuanto hace posible el desarrollo de una sociedad.

En la industria, una forma semejante de actuar se entiende como algo perfectamente normal. O la empresa funciona o se hunde. Ahí no se concibe de otro modo.

No obstante, en el terreno de la cultura en especial, son necesarias la presencia y la voz de personas capacitadas que piensen y actúen con independencia. En los últimos quince años el mundo del arte está marcado por el poder y el dinero, la calidad de un artista se mide con una cifra, la de un escritor por sus ventas, la de un museo en su cuota de entrada. El MOMA, para llenar sus taquillas, se ha convertido en un circo, pero no podemos permitirnos dejar caer la otra clase de riqueza ofrecida por ciertos museos de carácter más íntimo, en los cuales el fantasma de un pensamiento es capaz de perturbarnos, de sacarnos del atolondramiento cotidiano.

Hace algún tiempo que todo lo que hoy se llama cultura se reduce a frivolidades de parque temático. Las exposiciones suelen estar concebidas para ser vistas a toda velocidad. Un libro, la música o una película tienen que entretener.

Cuando oí por primera vez lo de “San Sebastián ciudad cultural” pensé que era una campaña de alfabetización. Lo conté y se rieron. Si sobre esa primera impresión hubiera habido una sombra de cinismo, ésta se quedaría ahora corta. Si se cierra Chillida Leku será el acto cumbre de ese akelarre. El inventario artístico de esta ciudad consistirá en lo siguiente: un museo en obras con un patrimonio miserable, otro edificio semiabandonado y vacío con un futuro incierto. El KM, única sala de exposiciones con un proyecto encomiable, está amenazada con desaparecer engullida por el edificio semiabandonado. Hay también otra sala dedicada a exposiciones a lo nuevo rico, y un acuario muy visitado, además de un tiovivo del que no tengo datos.

Ahora me dirijo a quien tiene poder para ello, a esos políticos que inauguran lo que sea con una orquesta de percusión a sus espaldas y luego dejan que el abandono lo desmorone calladamente. Es que no se han enterado de que Chillida Leku no está en Hernani, de que forma parte del patrimonio inmaterial de todos nosotros. En estos páramos pocas hierbas crecen como para dejarlas morir y, si esto ocurre, que nadie se lamente en el futuro. Nadie podrá decir: no soy responsable, yo no estaba allí. Aquí estamos todos y Chillida Leku no es prescindible.