DANIEL G. ANDÚJAR 12/02/2011 - ELPAIS.com - Babelia
En el año 2006, desde la Associació d'Artistes Visuals de Catalunya, publicamos un estudio con el objetivo de dimensionar las características de la economía de las artes visuales. Allí dimos a conocer algunos datos reveladores, por ejemplo, que los ingresos anuales obtenidos por artistas profesionales de su actividad artística arrojaban indicadores propios de trabajadores del tercer mundo. El 53,7% no llegaba a los 6.000 euros, y el 42,4% apenas superaba los 3.000 euros anuales. Según el INE el umbral de pobreza en España está en los 6.278,7 euros al año. Resumiendo, en la época de mayor bonanza económica de este país, los artistas éramos un colectivo de pobres.Con la nueva coyuntura económica, la mayoría de los artistas somos más pobres, y sin embargo el valor del arte es altísimo. Las instituciones, fundaciones, bancos, cajas, gobiernos, empresas y particulares gastan enormes cantidades de dinero en arte. En las últimas décadas se inauguraron bienales de arte; se abrieron decenas de museos; se organizaron grandes eventos y festivales; exposiciones de corte internacional... Algunas infraestructuras eran necesarias pero, en general, las artes se convirtieron, desde el ámbito político, en un elemento de instrumentalización ideológica o mera propaganda.
Nuestra cultura era una "figura con los pies de barro", y no por falta de medios, sino por falta de iniciativa política destinada a la producción, investigación y patrimonialización. El centro del tsunami liberal se centró en políticas de visibilidad, en el fomento de grandes eventos e infraestructuras espectaculares. Ahora, en tiempos de crisis severa, la cultura se ha convertido en un bien prescindible, asumiendo como obvio que si hay que sanear, será en la cultura, en la ciencia o en la educación. Los artistas, en cambio, pensamos que eso es un grave error y supone una hipoteca para el futuro.
Los reducidos ingresos que proporciona la actividad artística obligan a muchos artistas a combinar esta profesión con otras actividades que generen recursos extra, recursos empleados para subsistir y financiar nuevos proyectos. Ahora se nos pide ir mucho más allá, nos piden que financiemos y proveamos de contenido una maquinaria que resopla agónica y sin recursos. No son conscientes del grado de vulnerabilidad de nuestro trabajo. La actual precariedad de la actividad artística está mermando las posibilidades de más de una generación.
Los recortes han llegado al mundo de la cultura, aunque no afectan a todos por igual. Cuando una institución cultural cierra sus puertas, alarga o elimina actividades, suprime publicaciones o estudios, desaparecen líneas de investigación o de producción, programa solamente colección propia o intercambia fondos con otros centros, cuando una empresa no financia porque no encuentra incentivos fiscales, o una galería no vende, etcétera. En todos y cada uno de esos casos los artistas somos los que peor lo pasamos. La maquinaria nos arrastra a un estadio de pobreza, inestabilidad y fragilidad que acabará eclipsando las posibilidades de todo el sector.
Los políticos y gestores deben asumir un compromiso serio para paliar esta situación. Se debe asumir el código de buenas prácticas propuesto por la comunidad de artistas, poner en marcha medidas que fomenten la producción y experimentación artística, mejorar las infraestructuras de estudio y promoción del arte, promover leyes efectivas de mecenazgo, buscar nuevas soluciones a un modelo que está cambiando. Los implicados deberían entender que el vivero cultural se está quedando sin cosecha y no podrá dar frutos. Si esta situación continúa, el futuro nos deparará instituciones culturales estériles y una sociedad desnutrida culturalmente.
La cultura en general y el arte en particular no son un lujo, son una prioridad indispensable.
El arte lo hacen los artistas.