Pablo J. Rico - 23 de abril de 2012
Ha muerto D. Federico Torralba, mi Maestro… Siempre lo fue, lo será hasta el final de mi tiempo. A D. Federico le debo buena parte, la principal, de mi devoción y compromisos con el arte, los artistas, la sensibilidad creadora. De él aprendí los fundamentos de este carisma que es la creación artística. Fui su aprendiz en la Universidad de Zaragoza, en sus clases a las que asistía siempre maravillado; su agradecido sustituto cuando tuve el honor de sucederle al frente de la Cátedra Goya y la jefatura de la Sección de Historia del Arte de la Institución Fernando el Católico que él creó e impulsó durante décadas. Y también su humilde colega cuando afrontamos algunas tareas heroicas como organizar la primera exposición antológica de Goya en Venecia en 1989. Qué pena tan grande que mi actividad profesional por esos mundos de dios me privó de estar más cerca de D. Federico la mayor parte de mi vida. Aun con todo siempre me ha acompañado en la distancia y guiado con el recuerdo de su ejemplo y sus palabras (atesoradas) en mi memoria…
Desde hace años realizo conferencias-performance en las que intento narrar y desvelar las claves de mi oficio, lo que llaman “curator” internacional, y que he reinventado como “arterapeuta homeópata”… En mis acciones siempre hablo de D. Federico y de qué modo cambió el curso de mi vida y despertó mi vocación por el arte. Cuánto le debía, le debo, dios… ––y él a lo peor sin saberlo––. Es que somos tan pudorosos…
Lo que poca gente sabe, sólo mis íntimos, es que algunos de los hitos más grandes y decisivos de mi carrera profesional están ligados a D. Federico. Él fue el “médium” que sin saber hizo posibles los milagros de mis exposiciones sobre Goya o el Seteccento Veneciano, por ejemplo. Ahora, en este velatorio de palabras, voy a desvelar una historia mágica en la que D. Federico ofició de Maestro-chamán y dio un vuelco a mi vida…
16 de agosto de 1978: llego por primera vez a Venecia en un viaje con amigos luego de acabar la carrera; es nuestro tour de estudios a Italia. Reconozco en la primera noche toda la ciudad según había aprendido de D. Federico, un enamorado de Venecia, un veneciano adoptivo. Al día siguiente me empeño en visitar las Galerías de la Academia. Nos separamos en el interior y luego de un buen rato contemplando las maravillas de ese museo me detengo frente a un pequeño cuadro de Pietro Longui… Salgo de mi ensimismamiento cuando percibo una especie de descarga emocional en mi espalda; me giro, y reconozco a D. Federico detrás contemplando La tempestad de Giorgione… Entre asombrado e incapaz de contener mi alegría me dirijo a D. Federico y le espeto una frase absolutamente desmedida: “Pero D. Federico… ¿Qué hace Ud. aquí?”… ––No menos sorprendido por mi aparición insospechada, D. Federico me contesta entre alegre y ofendido: “¡Joven!... qué pregunta tan estúpida, ¡yo soy el veneciano!… ¿Qué hace Ud. en mi ciudad?”... Y de seguido nos saludamos efusivamente y abrazamos en medio de aquellos pasillos museales sin convencionalismo alguno.
A los minutos aparecieron mis amigos y no daban crédito de nuestro encuentro casual. D. Federico se puso a nuestra entera disposición los siguientes dos días que estuvimos en Venecia. Con él entré a lugares cerrados o prohibidos. D. Federico me contó algunos de los secretos venecianos mejor guardados. Él me enseñó a caminar por la ciudad-laberinto a ojos ciegas, sin cuidado a perderme. D. Federico fue también mi maestro de Venecia, que es decir de la vida… Y de paso comimos y cenamos en algunas de las trattorias y cafés que años después fueron mis lugares comunes en Venecia. Con él visité, por ejemplo, por primera vez el Hotel Monaco & Grand Canal donde siempre se alojaba… y el Harry’s Bar, y tantos otros sitios en un par de días imborrables.
Entonces deseé ser veneciano como D. Federico. Qué locura, en 1978, recién licenciado, además que dudaba si dedicarme al arte o a la investigación histórica, mi otra especialidad universitaria, inseguro de mi futuro profesional. Pero deseé con el vientre que volvería a Venecia, que haría “cosas” en esa ciudad, que volvería quizás a Venecia otra vez con D. Federico y le haría un gran regalo en agradecimiento por aquellos días tan extraordinarios. Lo deseé con absoluta convicción y abandono al destino…
Desde aquel primer encuentro veneciano no dejé de ir a Venecia al menos un par de veces al año: que si para las bienales o en algunas fiestas señaladas, o viajes de enamorados siempre que se daba la ocasión. Así durante años fui haciendo amigos y conocidos en Venecia, sintiéndome cada vez más veneciano, oficiando también de maestro para otros en sus respectivas “primeras veces”… Hasta que un día, a finales de mayo de 1988, en la inauguración de La Bienal, en un pequeño corro de amigos, el Concejal de Cultura de Venecia me dice en voz alta, con urgencia: “Bueno, Pablo… Ya es hora que nos propongas algo para hacer juntos en Venecia… ¿Qué se te ocurre para el año que viene?”… Y entonces, entre azorado y valiente, improvisando, le contesto orgulloso y retador ante el Alcalde de Venecia, el Embajador español en Italia y mi amiga y cómplice Daniela Ferretti, entre otros: “Por supuesto, Goya”… Imaginen la cara de estupefacción de los presentes, incluso la mía… “¡Goya!”, qué locura… Me estaba comprometiendo a organizar la primera exposición de Goya en Italia, asunto que el mismo Museo del Prado llevaba retrasando hacía años. Además, en aquellos tiempos apenas contábamos con “goyas” exportables en Zaragoza… Pero todos acordaron que sí, que aceptaban mi propuesta y me daban hasta después del verano para que preparara el guión de la exposición, les convenciera de su viabilidad… Aunque entusiasmado por la idea que había expresado espontáneamente (y con extrema temeridad), aquella noche apenas pude dormir por el compromiso que había adquirido.
Recuerdo que aquellos tres meses de verano los pasé absolutamente sumergido en Goya y en averiguar el paradero de sus pinturas en colecciones particulares, españolas e internacionales. Conté con numerosísimas y valiosísimas colaboraciones que me aportaron información y contactos directos, entre ellas, quizás la más relevante, la de Soledad Lorenzo que unos años antes había participado en la Europalia española y contaba con un fantástico “catálogo” de coleccionistas de Goya. En septiembre viajé a Venecia y les convencí de mi guión y su viabilidad. En octubre, en las fiestas del Pilar, una delegación italiana vino a Zaragoza y allí se firmó el compromiso de colaboración… ¡Qué locura, qué atrevimiento! Si todavía no teníamos asegurada ni una sola obra… y nos comprometimos a inaugura la exposición antológica para el próximo mayo, apenas siete meses después… De inmediato organicé un pequeño equipo entusiasta con mis “becarios” en el Museo Pablo Gargallo que entonces dirigía. María José, María Jesús, Celia, Ana Isabel y Ricardo formaron mi “equipo de choque”; y aunque bisoños y jovencísimos (unos 25 años de media) trabajaron a mis órdenes con un entusiasmo más que heroico… ––a menudo 12 horas al día, algunas veces hasta la madrugada, que contactábamos por teléfono o fax con los museos y colecciones de América. Tuvimos mucha suerte, a lo mejor demasiada, y aunque hubo más de una “traición” y numerosísimas zancadillas en el camino, logramos nuestro objetivo con algo más que eficacia… Es justo recordar que para ello contamos con el apoyo y total confianza de “nuestros” políticos de referencia: José Manuel Díaz Sancho, mi concejal de cultura entonces, y Antonio Piazuelo, diputado de cultura de la Diputación de Zaragoza. Y aunque el compromiso de colaboración había sido firmado por la Diputación provincial, el Ayuntamiento de Zaragoza y el Comune de Venecia, las gestiones efectivas las llevábamos directamente Daniela Ferretti y yo con nuestros respectivos equipos de trabajo.
Por supuesto, en el Comité Científico que me asesoraba figuraba D. Federico Torralba… ¿cómo no?; y D. Julián Gallego, otro de mis maestros ejemplares… En aquellos meses de preparación de la exposición viajaba prácticamente cada dos semanas de Zaragoza a Venecia. ¿A que imaginan dónde me hospedaba siempre que había habitaciones libres? Pues en el Hotel Mónaco & Gran Canal… ¿Y dónde cenaba y tomaba mis cafés? Pues en los que me había “iniciado” D. Federico diez años antes… ¿Y cómo recorría Venecia? Pues a ojos ciegas por los caminos y atajos que D. Federico me había guiado… ¿Quién habría apostado en 1978 que un día todavía lejano e incierto un joven “agitador” artístico zaragozano iba a organizar una exposición antológica de obras de Goya en Venecia, en uno de sus palacios más imponentes, el Ca’Pesaro?... Es la fuerza del deseo, ni más ni menos; las convicciones y los compromisos que aprendí de mi maestro en artes y venecias… De eso se trata, de deseos, de convicciones, de “amor fati”, de “amor al arte” ––estúpido––… no de la lógica ni lo razonable…
El siete de mayo de 1989 inauguramos nuestra exposición Goya: 1746-1828 en el Ca’Pesaro, a orillas del Gran Canal. La muestra se componía de 48 pinturas, 5 dibujos y 220 grabados y litografía originales. Unos meses antes de la inauguración, el entonces Director del Museo del Prado, Alfonso Pérez Sánchez, se “descolgó” del Comité Científico y anuló el préstamo de obras que se había comprometido con los más peregrinos e injustificados argumentos, entre ellos su negativa a que se expusiera un dudoso cuadro recientemente atribuido a Goya: el presunto boceto del Aníbal cruzando los Alpes que Goya habría pintado en Italia y presentado al concurso de la Academia de Parma en 1771. D. Federico, que había exhibido este cuadrito poco tiempo antes por primera vez en una exposición local me convenció de que era un verdadero Goya desconocido, y yo le creí e hice míos sus argumentos que defendí directamente frente al director del Prado. La consecuencia final fue la negación del museo nacional de las obras apalabradas… Pero el Aníbal cruzando los Alpes se expuso definitivamente en Venecia. Era el único cuadro en la exposición pintado en Italia por Goya… “Goya, ritorna a Italia”, señalaron los medios de comunicación italianos e internacionales convocados a la apertura de la muestra… Lo curioso y significativo es que pocos años después “se encontró” un manuscrito inédito de Goya con dibujos y anotaciones que avalaban ya sin dudas algunas pinturas “cuestionadas” de Goya, sus auténticos puntos de partida. Entre ellos estaba el dibujo preparatorio del Aníbal cruzando los Alpes… Hoy, aquella pintura que exhibimos en Venecia, tan controvertida, forma parte de la colección del Museo del Prado y se presenta como la primera obra exactamente datada y documentada de Goya en el museo nacional… Ay, el valor de las creencias, las convicciones, la confianza y la lealtad en el arte… ¿Cómo hemos perdido tales valores?
Aquel fue mi primer gran regalo a D. Federico…
El segundo, acaso menos heroico pero más evidente, aconteció un año después, en Zaragoza. Como segunda parte del compromiso veneciano-zaragozano empezamos a organizar una excepcional exposición de arte del settecento veneciano. Contar con la coproducción del Comune veneciano nos permitió reunir una impresionante exposición de pintura, dibujos y grabados venecianos de aquellos tiempos coincidentes con Goya. Settecento Veneciano se inauguró simultáneamente en el Palacio de La Lonja y en el Palacio de Sástago, en Zaragoza, a primeros de octubre de 1990. La muestra estaba formada por 87 pinturas, 29 dibujos y 189 grabados originales de artistas de la importancia de Piazzetta, Carlevarijs, Canaletto, Guardi, los Longhi, los Tiepolos, Ricci, etc., procedentes de más de cincuenta colecciones, museos e iglesias monumentales de Italia y Europa. Seguramente ha sido la exposición más importante de arte histórico en Zaragoza, y una de las más valiosas realizadas en España. Aun con todo no fue tan “heroica” como la antológica de Goya en Venecia, pero sí más decisiva en mi vida…
Apenas una semana después de inaugurar, recibí una llamada telefónica con acento mexicano. Me llamaba un alto funcionario de Relaciones Exteriores mexicano… Me contaba que su “jefe” conocía de la existencia de nuestra exposición y que, enamorado de Italia y la pintura veneciana, quería a toda costa intentar prorrogar su itinerancia a México… ¡Pero qué locura ––pensé en mis adentros! Al funcionario le puse en conocimiento de la complejidad de lo que estábamos tratando, su coste, nuestra dependencia con los acuerdos suscritos con todos los museos y colecciones, su temporalidad. Pero él, tenaz, me insistió e insistió y al final no pude por menos que responderle con mi frase favorita, mi frase talismán en la vida y en mi carrera profesional: “¿Por qué no?... venga y hablamos en directo, vemos lo que podemos hacer”…
Dos días después el alto funcionario estaba en Zaragoza junto a dos de sus asistentes, a su vez también reconocidas profesionales. De primeras nos caímos bien y reconocí en él semejante entusiasmo que el nuestro en la pasada experiencia de la exposición de Goya. Nos pusimos de acuerdo y durante tres días, nosotros dos y nuestros respectivos equipos nos comunicamos con todas las colecciones de origen para negociar la prolongación del préstamo. Conseguimos en ese escaso tiempo la conformidad para la prórroga y viaje a México del 92% de las obras en Zaragoza. El Settecento Veneciano se inauguró por fin en la Ciudad de México el 17 de enero de 1991, exactamente mientras los aviones bombardeaban Bagdad en el inicio de la primera Guerra del Golfo. Por supuesto que el recorrido junto con el Presidente mexicano fue el más rápido que he hecho en mi carrera profesional, apenas veinte minutos… Y es que tenía que volver a la residencia presidencial a dirigirse al país e informar de los acontecimientos históricos de esas horas…
Mi primer viaje a México me fascinó. Empecé a conocer el país, a tener amigos allí, a visitarlo con cierta frecuencia como había hecho en Venecia años antes. El alto funcionario con el que negocié la continuación de la exposición en México fue nombrado meses después Secretario de Cultura de México, es decir, ministro; cargo que ocupó siete años en dos mandatos presidenciales sucesivos. Su nombre, respetadísimo y añorado hoy en día, es Rafael Tovar y de Teresa. Sus asistentes de lujo eran Miriam Molina, entonces directora del Museo Nacional de Bellas Artes, y Miriam Kaiser, seguramente la profesional del arte y la museología más respetada en México, maestra de al menos tres generaciones; amiga y también maestra para mí…
Qué maravilla y sorprendente que desde hace tres años mi residencia sea Ciudad de México, ¿no? ¿o no…? Y que deseo firmemente que ésta ciudad y este país sean mis lugares familiares el resto de mi vida. Ciudad de México, la antigua Tenochtitlan, la “Venecia” mexicana… Ay, D. Federico se ha muerto sin saber esta historia que ha trenzado mi vida desde aquel encuentro “necesario” e iniciático en Venecia hace casi treinta y cuatro años… Estoy seguro que se habría reído y comentado entre dientes: “¡Qué cosas tiene Ud., joven! Es un soñador y fabulador incorregible. Qué voy a hacer de Ud.”… ––Ay, Don Federico, me anego en lágrimas sólo con nombrarle––…
¿Y si le contara, D. Federico, que también mi relación con el arte contemporáneo está intensamente ligada a Ud.? D. Federico Torralba fue uno de los promotores del arte contemporáneo en la España de la posguerra. Él fue el organizador de la primera exposición de arte abstracto en la España de entonces, el sustento teórico y “aval” del mítico Grupo Pórtico zaragozano, pioneros de la pintura abstracta española, el “maestro” de artistas tan significativos como Saura, por ejemplo. En su magnífica biblioteca particular vi por primera vez los Mirós que me fascinaron… y años después acabé siendo Director de la Fundación creada por Miró en Mallorca, en su territorio de trabajo y vida familiar más íntimos. Gracias de nuevo, D. Federico…
¿Y qué decir de sus enseñanzas sobre el arte oriental y especialmente sobre el arte japonés? D. Federico era uno de los pocos catedráticos con profundos conocimientos de arte oriental en España. Yo asistí a sus clases de arte oriental tan impresionado como entusiasmado por tal belleza extraña a nuestra sensibilidad. Son incontables las cosas que aprendí sobre los temas orientales aquellos años: en sus clases, en su magnífica biblioteca particular especializada, en su importante colección de arte y objetos orientales que atesoraba en su casa… Acaso aquella información previa, mi sensibilidad educada por D. Federico, explique de algún modo mi tropismo por Oriente, por Japón, por los artistas del extremo oriente. Y conecte hechos aparentemente independientes. Por ejemplo, que mi primer viaje “largo” y primeras conferencias internacionales las dicté en Tokyo en 1984, precisamente acerca del “joven Goya”, que un año después organicé la primera exposición de pintura contemporánea japonesa en España, en Zaragoza, y que soy uno de los escasísimos curators internacionales que ha trabajado y realizado algunas de las exposiciones mayores de artistas orientales contemporáneos como Nam June Paik, Yoko Ono (quince exposiciones internacionales en seis años), Hidetoshi Nagasawa, Tadashi Kawamata, Xu Bing… O que mi querido amigo perro actual sea un Akita japonés de nombre Taro (“hijo primogénito”)… Y es que imantamos las cosas del universo, sus acontecimientos, con nuestros más limpios deseos… ¿Por qué no?
Gracias, D. Federico por haber sido mi Maestro, mi guía, mi mago-chamán, aun sin saberlo… o yo qué sé… Gracias por haberme enseñado lo que sé en “arterapias homeopáticas”, es decir, el modo de cambiar el mundo por amor al arte y hacer feliz a la humanidad gracias al poder alquímico del arte y la imaginación. A estas horas me siento huérfano en el alma. Pero reconfortado con su recuerdo, sus imágenes, sus consejos, su ejemplo, sus palabras que leo mientras tanto. Descanse en paz en la Venecia de los cielos y transite feliz hasta la isla en la que morará el resto del tiempo por devenir. Le visitaré cuando pueda en Zaragoza y en Venecia y le contaré cómo me va la vida a este lado del mundo, en la “Venecia” mexicana… Aquí me quieren, no se preocupe, D. Federico. “Es un amor de antes de la guerra”…
Su siempre joven “hijo” putativo le besa en la frente. Y le escribo invisible en el pecho: Venecia…