«Un cuadro no se acaba nunca»
El veterano artista lleva toda una vida dedicada a la pintura desde que abandonó su pueblo a los 15 años19.05.2013 | 05:50
El veterano artista lleva toda una vida dedicada a la pintura desde que abandonó su pueblo a los 15 años19.05.2013 | 05:50
«Llegué a mediados de los 60 y la isla era una maravilla», rememora el artista. C.N.
Eustaquio Carayol lleva pintando desde que era niño, desde que recuerda. Alternando durante muchos años la «brocha gorda» con el pincel. Hasta el 31 de mayo muestra en Sa Punta des Molí de Sant Antoni una nueva exposición con sus marinas y paisajes ibicencos, «con un 99% de obra nueva».
FERNANDO DE LAMA | IBIZA El amor al arte ha sido el hilo conductor de la vida de Eustaquio Carayol, desde que era un niño apasionado por el dibujo en su localidad natal de Huéscar (Granada) hasta hoy, a sus 66 años, en que sigue entregado a la pintura, tanto figurativa como abstracta, y a todo lo que se le ocurre: montajes, collages, espejos... «Ahora que estoy jubilado le dedico más tiempo, pero también soy más viejo y tengo menos ganas –ríe–. Es una pasión. Si vendo mejor, pero me entretengo, me gusta y además no lo hago mal, a la vista está», dice mientras señala el cartel de la exposición que tiene abierta hasta el 31 de mayo en Sa Punta des Molí de Sant Antoni.
Carayol siempre destacó en el dibujo, aunque no había tradición artística en su familia: «En el colegio siempre me presentaba a los concursos de dibujo y ganaba muchos. El premio muchas veces era un solo un bloc o unos pinceles, y a veces luego ni te los daban», recuerda. Eso le llevó, con solo quince años, a abandonar su casa «con una mano delante y otra detrás» para intentar buscarse la vida como artista: «En el pueblo no había nada, así que me fui a Madrid, con un permiso paterno firmado, para trabajar como pintor de carteles para los cines. Tenía un contacto, pero me dejó tirado, así que empecé a trabajar como pintor de brocha gorda».
Estuvo dos años en Madrid y otros dos en Barcelona antes de comenzar el servicio militar en Lorca. Pasó la mili pintando cuadros que le encargaban los oficiales para sus casas y al poco tiempo de acabar decidió venir a vivir a Ibiza: «Mi novia, que también era de Granada, trabajaba aquí, así que me vine yo a ver qué salía, y han pasado ya cuarentaytantos años». Su novia, Antonia, sigue compartiendo hoy su vida y tienen dos hijos.
El artista reconoce que se quedó prendado de la isla: «Eran mediados de los 60 y era una maravilla. Había mucha tranquilidad y mucho menos cemento que ahora. No había discotecas y las playas no estaban tan llenas como ahora».
En la isla empezó a hacer también de pintor, «siempre alternando la brocha con el pincel, porque a pesar de que nunca me gané la vida como artista nunca dejé de pintar», asegura, y luego trabajó más de 20 años en el Casino. Ya en los 90 comenzó a exponer sus cuadros, sobre todo sus paisajes ibicencos, de los que ha vendido muchos a lo largo de los años. «Me tira mucho el abstracto, aunque lo he enseñado menos. Me canso de hacer una cosa u otra y voy cambiando. Tampoco es una cuestión comercial, porque tal y como están las cosas no se vende casi nada». Suele pasear, hacer fotos y luego componer sus cuadros entre las imágenes que toma aquí y allá y sus recuerdos: «Al natural ya no pinta nadie. Es mucho trabajo y no se podría pagar. Hago fotos, cojo apuntes y luego interpreto lo que he visto».
Asegura que pinta y repinta mucho: «Siempre tengo cuatro o cinco cuadros en marcha, voy dejando que se sequen y retocando, a veces lo repinto todo... Algunos llevan una capa así de píntura» y hace un gesto como de cinco centímetros con los dedos. «Un cuadro no se acaba nunca. Lo puedes dar por acabado, pero no se acaba», remacha.
En la exposición que inaugura esta tarde muestra óleos con paisajes ibicencos y de lugares de la Península y también algunos dibujos a carboncillo y rotring, «con sus desperfectos y sus cosas, porque no todo es perfecto en Ibiza».
Eustaquio Carayol lleva pintando desde que era niño, desde que recuerda. Alternando durante muchos años la «brocha gorda» con el pincel. Hasta el 31 de mayo muestra en Sa Punta des Molí de Sant Antoni una nueva exposición con sus marinas y paisajes ibicencos, «con un 99% de obra nueva».
FERNANDO DE LAMA | IBIZA El amor al arte ha sido el hilo conductor de la vida de Eustaquio Carayol, desde que era un niño apasionado por el dibujo en su localidad natal de Huéscar (Granada) hasta hoy, a sus 66 años, en que sigue entregado a la pintura, tanto figurativa como abstracta, y a todo lo que se le ocurre: montajes, collages, espejos... «Ahora que estoy jubilado le dedico más tiempo, pero también soy más viejo y tengo menos ganas –ríe–. Es una pasión. Si vendo mejor, pero me entretengo, me gusta y además no lo hago mal, a la vista está», dice mientras señala el cartel de la exposición que tiene abierta hasta el 31 de mayo en Sa Punta des Molí de Sant Antoni.
Carayol siempre destacó en el dibujo, aunque no había tradición artística en su familia: «En el colegio siempre me presentaba a los concursos de dibujo y ganaba muchos. El premio muchas veces era un solo un bloc o unos pinceles, y a veces luego ni te los daban», recuerda. Eso le llevó, con solo quince años, a abandonar su casa «con una mano delante y otra detrás» para intentar buscarse la vida como artista: «En el pueblo no había nada, así que me fui a Madrid, con un permiso paterno firmado, para trabajar como pintor de carteles para los cines. Tenía un contacto, pero me dejó tirado, así que empecé a trabajar como pintor de brocha gorda».
Estuvo dos años en Madrid y otros dos en Barcelona antes de comenzar el servicio militar en Lorca. Pasó la mili pintando cuadros que le encargaban los oficiales para sus casas y al poco tiempo de acabar decidió venir a vivir a Ibiza: «Mi novia, que también era de Granada, trabajaba aquí, así que me vine yo a ver qué salía, y han pasado ya cuarentaytantos años». Su novia, Antonia, sigue compartiendo hoy su vida y tienen dos hijos.
El artista reconoce que se quedó prendado de la isla: «Eran mediados de los 60 y era una maravilla. Había mucha tranquilidad y mucho menos cemento que ahora. No había discotecas y las playas no estaban tan llenas como ahora».
En la isla empezó a hacer también de pintor, «siempre alternando la brocha con el pincel, porque a pesar de que nunca me gané la vida como artista nunca dejé de pintar», asegura, y luego trabajó más de 20 años en el Casino. Ya en los 90 comenzó a exponer sus cuadros, sobre todo sus paisajes ibicencos, de los que ha vendido muchos a lo largo de los años. «Me tira mucho el abstracto, aunque lo he enseñado menos. Me canso de hacer una cosa u otra y voy cambiando. Tampoco es una cuestión comercial, porque tal y como están las cosas no se vende casi nada». Suele pasear, hacer fotos y luego componer sus cuadros entre las imágenes que toma aquí y allá y sus recuerdos: «Al natural ya no pinta nadie. Es mucho trabajo y no se podría pagar. Hago fotos, cojo apuntes y luego interpreto lo que he visto».
Asegura que pinta y repinta mucho: «Siempre tengo cuatro o cinco cuadros en marcha, voy dejando que se sequen y retocando, a veces lo repinto todo... Algunos llevan una capa así de píntura» y hace un gesto como de cinco centímetros con los dedos. «Un cuadro no se acaba nunca. Lo puedes dar por acabado, pero no se acaba», remacha.
En la exposición que inaugura esta tarde muestra óleos con paisajes ibicencos y de lugares de la Península y también algunos dibujos a carboncillo y rotring, «con sus desperfectos y sus cosas, porque no todo es perfecto en Ibiza».