27/3/13


Por qué audiencia alguna hubiere de mostrar interés por la exposición Carlos Sáenz de Tejada - La Elegancia del Dibujo: Crónica de París es una pregunta que queda sin responder cuando uno abandona el Casal Solleric con la sensación de haber hojeado el bloc de apuntes de un estudiante de diseño de moda. A día de hoy, organizar una exposición engloba mucho más que colgar doscientos dibujos en las paredes de un palacete de Ciutat en aburrido orden cronológico y confuso orden temático, dos categorías tan aleatorias en su elección como deshilvanadas en su presentación; por si no bastara despistar al visitante con una sola estrategia.

La muestra pasa por alto el hecho de que la tarea del comisario viene reinventándose por lo menos desde los años noventa, habiendo llegado a convertirse en una forma de articular discurso artístico en sí misma. Así, consigue, no sin mérito, mermar el interés que la extensa obra del ilustrador español Carlos Sáenz de Tejada hubiera podido tener para un visitante mallorquín en una monótona tarde de marzo. Se echa en falta un mensaje que aporte algo a lo expuesto, algo que no pudiera ser descifrado al encontrarse, como decía antes, el bloc de apuntes de su autor en un cajón. Un comisario que se tome el tiempo de escoger los dibujos que mejor ilustran el discurso expositivo y explique al visitante por qué la producción de Sáenz de Tejada debería interesar, en Mallorca, en 2013, echando mano de los recursos audiovisuales o interactivos que le sean necesarios; en definitiva, que presente puntos a través de los que acceder a la obra expuesta.

Sáenz de Tejada no fue diseñador de moda, ni tampoco lo que voy a dar en llamar un provocador artístico, so riesgo de que me linchen si me atrevo a decir que no fue un artista con todas las de la ley. Los dibujos expuestos recuerdan en ocasiones a los del vorticista William Roberts; pero también a la cartelería propagandística de la época, tanto nacional como roja; y en ocasiones rezuman un costumbrismo que pudiera parecer poco exportable, aunque lo contrario quedó demostrado ya en vida de su autor, habiendo sido publicados desde Madrid a París, y de ahí a Nueva York. Las similitudes no acaban aquí: durante su vida, el ecléctico Tejada coqueteó con estilos tan dispares como los de Piranesi y Sorolla, a la creación de los cuales seguro no era ajeno. Ahora bien, estos variopintos experimentos pictóricos parecen tener por finalidad la creación de una obra visualmente similar a la referenciada, nunca rompedora, ni intelectual ni filosóficamente; es decir, se ciñen a los mismos criterios compositivos o cromáticos de aquélla, pero nunca los trascienden en el plano teórico o trascendental, terrenos en el que el arte dice manejarse como pez en el agua; tampoco a nivel puramente pictórico.

No quiero dar a entender que la exposición trate de engañar o confundir al visitante presentando a Tejada como diseñador: la obra se reconoce en todo momento no como la de un creador de tendencias de moda, sino de un documentalista. Sin embargo, la relevancia cronística de la labor de Tejada no recibe todo el crédito del que sería merecedora. El equipo de comisarios decepciona al dar aires de pretendido glamour francés a la creación de Tejada, sin hacer hincapié, o reparando en ello solo por accidente, en que lo que la hace interesante es precisamente la proyección internacional más que destacable de sus apuntes en el mundo de la moda parisino, eso sí, desde su perspectiva española. Su posición de cronista, casi de periodista, lejos de indicar que la obra carezca de valor cultural - por lo que parecieran disculparse los anónimos comisarios -, permite a Sáenz de Tejada tomar una posición privilegiada como historiador de lo que está viviendo, adentrándose así en ámbitos de la vida cotidiana de los años treinta a los que el arte no hubiera podido acceder. La exposición, lejos de loar a Tejada por su constante y prolífica obra como comentarista gráfico, se dedica a enfatizar nimiedades como la enemistad entre las divas de la moda Coco Chanel y Elsa Schiaparelli, del todo carente de relación con los dibujos expuestos; o a declarar que las "minifaldas de los años veinte" fueron desplazadas durante la década siguiente, todo ello con textos de lenguaje infantil e improvisado, impresos sobre paneles mal formateados y de difícil lectura.

Todo apunta a que la minifalda fue diseñada por primera vez cuarenta años más tarde; pero no es la inexactitud cronológica de este pequeño detalle lo que resulta más incómodo, sino el hecho ya descrito de que la exposición contribuye poco o nada a trasladar el trabajo gráfico de Sáenz de Tejada al panorama socioeconómico de esta década nuestra, la cual, como los años treinta de Tejada, también está discurriendo entre grandes tensiones de carácter financiero; por poner un ejemplo de la multitud de enfoques interesantes que podrían haberse dado a la labor documental del polifacético dibujante. Por si todo lo anterior fuera poco, también es imposible descifrar, tanto en la nota de prensa como en la programación de la sala, si esta exposición forma parte de un ciclo de eventos en Mallorca o España, o, por el contrario es un acontecimiento fuera de serie cuyo objeto volverá a criar polvo en el archivo de la colección ABC, por la que ha sido cedida para ser expuesta esta primavera en el Solleric.