Concursos de risa
Panorámica de Es Baluard, museo que, después de un año descabezado, podría contar con un director o directora a partir de mañana.
No hay manera: no aprendemos a redactar concursos. Las normas de coherencia, cohesión, sintaxis y precisión nos las saltamos a la torera. Una realidad que se desprende tras leer detenidamente los últimos concursos relativos al sector cultural que Cort y otras instituciones locales han convocado recientemente. La expresión escrita no es nuestro fuerte, pero tampoco las matemáticas. El informe PISA se consolida y ratifica cuando uno lee las bases de estos concursos difusos como si fueran respuestas de un mal estudiante que no acaba de aprenderse la lección. Para empezar, la palabra concurso es peligrosa y polisémica: a veces se emplea sibilinamente para referirse a un procedimiento, aceptado y con prestigio, con el que encubrir la voluntad de un partido político o de una única persona. Éste es el concurso de celofán, porque nadie compite, el puesto está dado. Me acabo de acordar del que se resolvió el 23 de diciembre de 2011, simétrico al de la Fundació Miró.
Por otra parte, un concurso no siempre implica competición democrática, ni implica una mejora. Un concurso puede precarizar e incluso barnizar con una pátina de legitimidad una decisión mal tomada , improvisada o interesada. En cualquier caso, todo concurso depende de la redacción de las bases y pliegos de condiciones. Y sobre todo del jurado. De su procedencia y preparación. Porque, y pongo un ejemplo de andar por casa, si convoco un concurso sobre cuál es la mejor pizza boloñesa del mundo, digo yo que deberán elegirla los mejores chefs y algún crítico gastronómico, ¿no?, y no mi vecino que encima es vegano. Entonces, me pregunto, ¿por qué en el caso de la cultura, los que eligen al mejor son políticos o técnicos vinculados a las instituciones? Esto va por los concursos en los museos. En concreto nuestro Solleric y Es Baluard, este último, un centro artístico que fue como un tiro en la anterior etapa (2008-febrero de 2012) y que desgraciadamente nos ha dejado de interesar a los que somos su público objetivo. Ese contenedor hermoso, desasistido, con suero, con una programación futura de cortísimo alcance tiene un futuro incierto. ¿Qué ángel benefactor lo salvará? Con presupuesto tan rácano, sólo veo precariedad, oportunismo por parte de quienes siempre han manejado sus hilos y una mentirosa democratización de sus paredes y salas de exposición (quiere decirse, "aquí todo vale", porque no hay maná). La comisión del museo anuncia mañana el ganador o ganadora de un concurso de dirección en el que la fuerza de los expertos independientes quedó minimizada por los técnicos institucionales nombrados por políticos (esos todólogos de nada que tienen la última palabra en la elección), un concurso con malformaciones que ha tardado más de un año en resolverse. Y cuya gestión ha sido calamitosa hasta el último día. El viernes a mediodía anunciaban una rueda de prensa prevista para mañana a las 11, con el fin de proclamar un ganador, que ocupará el cargo de nuevo director del centro artístico. Fuentes cercanas al museo no niegan que pueda haber sorpresas, incluso comentan que dentro del sobre podría haber un tercer nombre (¿el de Nekane Aramburu?) que ha pasado desapercibido para los focos. En serio, no sé qué hay de verdad en ello, si son ganas de marear la perdiz o de hacerle pasar un mal fin de semana a Santiago Olmo y sobre todo a Francisca Niell. El caso es que llevamos dos días con las suspicacias a flor de piel en las procelosas aguas de la cultura. Un malestar provocado por esa dichosa convocatoria a la prensa del pasado viernes, una citación a los medios que debería producirse el mismo lunes que se anunciará el ganador, como cuando cae un conseller y se nombra a otro en los siguientes días. Por cierto, ¿se imaginan que el concurso quedara desierto?
Una situación distinta pero también anómala (porque mira que están mal redactados) es la que nos encontramos en otros dos concursos. En concreto el del Centre d'Art i Creació (con el programa CRIdA integrado) y el del Espai de Creació Tecnològica. Hay varios motivos: primero, es dramático que una institución (supuestamente ejemplarizante) precarice el trabajo de un profesional de la cultura hasta límites insospechados. Es imposible que una sola persona haya de gestionar los talleres de artistas, las actividades didácticas y las formativas, y haya de programarlas, por un total de 11.000 euros en nueve meses. Dos: el concejal Fernando Gilet (tal y como le comunicaron la Associació d'Artistes Visuals y la de Gestors) debería saber que para cerrar un programa así se necesita pactar con los artistas, profesores e invitados con meses de antelación. Asimismo, CRIdA debe adaptarse al circuito europeo de programas de residencia de artistas, que funcionan también con un mínimo de año y medio de antelación. Porque los intercambios son eso, intercambios con otras instituciones de fuera, y si éstas ya tienen la agenda cerrada para todo el año, los mallorquines no van a tener cabida. Así que la función de CRIdA se nos queda a medias. Otro punto que llama la atención es el periodo de nueve meses que marca el concurso, un timing que no se corresponde con los ritmos de desarrollo de un proyecto cultural. En este punto, creo que debería aplicarse el código de buenas prácticas que se utiliza para los directores de museo. Es decir, el proyecto de Centro de Recursos debería contar con el tiempo suficiente para construir algo sólido sin eternizarse. Y nueve meses es lo que dura un embarazo. La biología siempre es más dinámica y precipitada que la cultura. 2.000 años en Europa (algún día fuimos Roma), y no hemos aprendido nada. Acabáramos.
Más. Hay que aplaudir la entrada en el CRCC –por primera vez nuestras instituciones culturales trabajan juntas– de colaboraciones entre diversas entidades, como la Pilar i Joan Miró, PalmaActiva, el Institut d'Estudis Baleàrics o la Fundación 365. El problema es que en ningún lado se especifica qué aportará exactamente cada institución, por lo que el gestor que entre en Ses Voltes no sabrá exactamente de qué recursos dispone. Tampoco queda claro en los pliegos el modelo de gestión: ¿es autogestión o una fórmula mixta público-privada? ¿Podrá cobrarse por los cursos que se impartan o por los cafés? ¿Podrá haber lucro? Aclarar estas cuestiones, sobre todo en negro sobre blanco, es un manera de asegurarse la sostenibilidad del proyecto. La improvisación no puede acabar en un segundo cierre del CRCC. Sería la risa. En todo caso, hay que aprender a redactar concursos. Y dejar de ser malos estudiantes.
Panorámica de Es Baluard, museo que, después de un año descabezado, podría contar con un director o directora a partir de mañana.
No hay manera: no aprendemos a redactar concursos. Las normas de coherencia, cohesión, sintaxis y precisión nos las saltamos a la torera. Una realidad que se desprende tras leer detenidamente los últimos concursos relativos al sector cultural que Cort y otras instituciones locales han convocado recientemente. La expresión escrita no es nuestro fuerte, pero tampoco las matemáticas. El informe PISA se consolida y ratifica cuando uno lee las bases de estos concursos difusos como si fueran respuestas de un mal estudiante que no acaba de aprenderse la lección. Para empezar, la palabra concurso es peligrosa y polisémica: a veces se emplea sibilinamente para referirse a un procedimiento, aceptado y con prestigio, con el que encubrir la voluntad de un partido político o de una única persona. Éste es el concurso de celofán, porque nadie compite, el puesto está dado. Me acabo de acordar del que se resolvió el 23 de diciembre de 2011, simétrico al de la Fundació Miró.
Por otra parte, un concurso no siempre implica competición democrática, ni implica una mejora. Un concurso puede precarizar e incluso barnizar con una pátina de legitimidad una decisión mal tomada , improvisada o interesada. En cualquier caso, todo concurso depende de la redacción de las bases y pliegos de condiciones. Y sobre todo del jurado. De su procedencia y preparación. Porque, y pongo un ejemplo de andar por casa, si convoco un concurso sobre cuál es la mejor pizza boloñesa del mundo, digo yo que deberán elegirla los mejores chefs y algún crítico gastronómico, ¿no?, y no mi vecino que encima es vegano. Entonces, me pregunto, ¿por qué en el caso de la cultura, los que eligen al mejor son políticos o técnicos vinculados a las instituciones? Esto va por los concursos en los museos. En concreto nuestro Solleric y Es Baluard, este último, un centro artístico que fue como un tiro en la anterior etapa (2008-febrero de 2012) y que desgraciadamente nos ha dejado de interesar a los que somos su público objetivo. Ese contenedor hermoso, desasistido, con suero, con una programación futura de cortísimo alcance tiene un futuro incierto. ¿Qué ángel benefactor lo salvará? Con presupuesto tan rácano, sólo veo precariedad, oportunismo por parte de quienes siempre han manejado sus hilos y una mentirosa democratización de sus paredes y salas de exposición (quiere decirse, "aquí todo vale", porque no hay maná). La comisión del museo anuncia mañana el ganador o ganadora de un concurso de dirección en el que la fuerza de los expertos independientes quedó minimizada por los técnicos institucionales nombrados por políticos (esos todólogos de nada que tienen la última palabra en la elección), un concurso con malformaciones que ha tardado más de un año en resolverse. Y cuya gestión ha sido calamitosa hasta el último día. El viernes a mediodía anunciaban una rueda de prensa prevista para mañana a las 11, con el fin de proclamar un ganador, que ocupará el cargo de nuevo director del centro artístico. Fuentes cercanas al museo no niegan que pueda haber sorpresas, incluso comentan que dentro del sobre podría haber un tercer nombre (¿el de Nekane Aramburu?) que ha pasado desapercibido para los focos. En serio, no sé qué hay de verdad en ello, si son ganas de marear la perdiz o de hacerle pasar un mal fin de semana a Santiago Olmo y sobre todo a Francisca Niell. El caso es que llevamos dos días con las suspicacias a flor de piel en las procelosas aguas de la cultura. Un malestar provocado por esa dichosa convocatoria a la prensa del pasado viernes, una citación a los medios que debería producirse el mismo lunes que se anunciará el ganador, como cuando cae un conseller y se nombra a otro en los siguientes días. Por cierto, ¿se imaginan que el concurso quedara desierto?
Una situación distinta pero también anómala (porque mira que están mal redactados) es la que nos encontramos en otros dos concursos. En concreto el del Centre d'Art i Creació (con el programa CRIdA integrado) y el del Espai de Creació Tecnològica. Hay varios motivos: primero, es dramático que una institución (supuestamente ejemplarizante) precarice el trabajo de un profesional de la cultura hasta límites insospechados. Es imposible que una sola persona haya de gestionar los talleres de artistas, las actividades didácticas y las formativas, y haya de programarlas, por un total de 11.000 euros en nueve meses. Dos: el concejal Fernando Gilet (tal y como le comunicaron la Associació d'Artistes Visuals y la de Gestors) debería saber que para cerrar un programa así se necesita pactar con los artistas, profesores e invitados con meses de antelación. Asimismo, CRIdA debe adaptarse al circuito europeo de programas de residencia de artistas, que funcionan también con un mínimo de año y medio de antelación. Porque los intercambios son eso, intercambios con otras instituciones de fuera, y si éstas ya tienen la agenda cerrada para todo el año, los mallorquines no van a tener cabida. Así que la función de CRIdA se nos queda a medias. Otro punto que llama la atención es el periodo de nueve meses que marca el concurso, un timing que no se corresponde con los ritmos de desarrollo de un proyecto cultural. En este punto, creo que debería aplicarse el código de buenas prácticas que se utiliza para los directores de museo. Es decir, el proyecto de Centro de Recursos debería contar con el tiempo suficiente para construir algo sólido sin eternizarse. Y nueve meses es lo que dura un embarazo. La biología siempre es más dinámica y precipitada que la cultura. 2.000 años en Europa (algún día fuimos Roma), y no hemos aprendido nada. Acabáramos.
Más. Hay que aplaudir la entrada en el CRCC –por primera vez nuestras instituciones culturales trabajan juntas– de colaboraciones entre diversas entidades, como la Pilar i Joan Miró, PalmaActiva, el Institut d'Estudis Baleàrics o la Fundación 365. El problema es que en ningún lado se especifica qué aportará exactamente cada institución, por lo que el gestor que entre en Ses Voltes no sabrá exactamente de qué recursos dispone. Tampoco queda claro en los pliegos el modelo de gestión: ¿es autogestión o una fórmula mixta público-privada? ¿Podrá cobrarse por los cursos que se impartan o por los cafés? ¿Podrá haber lucro? Aclarar estas cuestiones, sobre todo en negro sobre blanco, es un manera de asegurarse la sostenibilidad del proyecto. La improvisación no puede acabar en un segundo cierre del CRCC. Sería la risa. En todo caso, hay que aprender a redactar concursos. Y dejar de ser malos estudiantes.