La degradación de la política cultural en España alcanza ya cotas de manifiesto patetismo, con toques de hilaridad.
El Ministerio de Asuntos Exteriores, que es quien siempre ha cortado el bacalao en cuestiones de cultura -por la cosa de la hispanidad y de la lengua-, está preparando una campaña de marketing con la intención de transmitir…
Se llama CULTURA ZERO. CULTURA ESPAÑOLA EN EL EXTERIOR PARA TIEMPOS DE CRISIS (ver aquí). Una tronchante aberración que se ufana de disponer de una cultura con cero recursos. Dicen
Se asume que la cultura no necesita presupuesto, porque es natural y consustancial: "Cero presupuesto, 100% cultura". Y al mismo tiempo, que la cultura existe sin que le afecte la realidad, como si la cultura no tuviera que ver con la realidad. Da pena decirlo, pero este es un argumento que pulula desde hace miles de años en España: la religión de la cultura. No hay que invertir en ella, sólo es una cuestión de fe. A nosotros nos va mal: todo es tramoya y trampantojo, y las cosas no funcionan en lo económico, en lo político, en lo social… pero tenemos la cultura. Los demás puede que tengan más democracia, bienestar, pero nosotros tenemos el 100% de sabor, que es por eso que vienen a millones a nuestros hoteles.
Lo mejor es que cuando había dinero el argumento era exactamente el mismo. Cuando se gastaron 20 millones en 2008 para que Barceló pintara el techo de la sala de los derechos humanos de la ONU en Ginebra, la respuesta del ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, a las críticas por el gasto fue: "No voy a contestar sobre el coste porque el arte no tiene precio". El arte y la cultura están por encima de los avatares. Esta chorrada tiene muchos adeptos por estos lares. Se basa en la idea de que por muy mal que lo pase España, siempre tiene a sus artistas y a su cultura.
La cultura como sustituto de lo político, como mito que emborrona el fracaso real de la política y, de paso, la responsabilidad consiguiente. Es lo que hay.