Brasil llora a Niemeyer, el cantor del cemento | Cultura | EL PAÍS
El Pais.com
Dilma Roussef y Niemeyer, en un encuentro en 2010. / BRUNO DOMINGOS (REUTERS)
Todo Brasil llora la muerte de Oscar Niemeyer, el cantor del cemento. Por determinación de la presidenta Dilma Rousseff y tras la aprobación de la familia, el cuerpo del que fue uno de los arquitectos más famosos del mundo, será velado en el Palacio presidencial del Planalto, por él ideado.
"Hoy es un día para llorar su muerte y saludar su vida", dijo Dilma que destacó la "fuerza revolucionaria" del genial artista. Para la mandataria brasileña la historia de Niemeyer "no cabe en un titular".
Una de las frases más destacada por todos de Niemeyer es la de que "la gente tiene que soñar, de lo contrario no se realizan las cosas", como definición del arquitecto, el único que tuvo la oportunidad y el privilegio de diseñar una entera ciudad, como Brasilia.
Sus familiares, como su sobrino Paulo Niemeyer Filho, recuerdan que "tuvo siempre horror de la muerte", de la que "nunca quería hablar". Hasta momentos antes de morir, Niemeyer seguía haciendo planos y pensando en nuevos proyectos. "Brasilia se queda huérfana" ha afirmado el gobernador de la capital brasileña, Agnelo Queiroz. Para él, la ciudad se sintió siempre hija suya y por eso, afirma "hoy llora el llanto de los huérfanos".
Para el Consejo de Arquitectura y Urbanística (CAU) tantos jóvenes han escogido a lo largo de estos años la profesión de arquitectura para soñar siguiendo las huellas de Niemeyer.
Familiares y amigos ponen hoy de relieve la "obsesión por el trabajo" del arquitecto, que fue, dicen, "lo que le hizo vivir tanto". Titula el diario O Globo de Rio de Janeiro, la ciudad donde vivió y murió Niemeyer "El pesimista que amó la vida".
Brasil considera a Niemeyer "su Oscar", jugando con su nombre y sostiene que fue uno de esos personajes que no solo fue magistral en diseñar monumentos sino de los que consiguen "hacer mejor a la Humanidad".
A pesar de su pesimismo, Niemeyer tenía gran sentido del humor. Cuando le preguntaban qué es lo que más amaba y seguía amando en la vida respondía: "La mujer, naturalmente", que para él era la mejor obra de arquitectura de la Historia.
A sus cien años cumplidos, Niemeyer se casó con su secretaria, 40 años más joven que él, cambió todos los muebles de la casa y afirmaba sin pudor que su vigor masculino "aún le funcionaba".
Genio y figura. Una leyenda viva.