17/12/12


El Pais

Andreu Alfaro, en su estudio a finales de 2008. / JESÚS CÍSCAR
Andreu Alfaro, el prolífico escultor de las geometrías de acero y aluminio o las columnas de mármol, falleció el miércoles por la noche en Valencia, tras varios años apeado de la vida pública por el alzhéimer.
Con una obra que supera los dos millares de esculturas, buena parte de ellas repartidas por espacios públicos del mundo, Alfaro fue uno de los escultores españoles contemporáneos más sobresalientes sin abandonar Valencia, donde nació en 1929 y por donde logró pasar inadvertido pese a su importancia de haber sido uno de los primeros en recuperar la modernidad tras el socavón que produjo la Guerra Civil en la producción artística española.
El escultor, que fue asimismo un delicado dibujante, surgió de un entorno que lo predisponía a continuar el negocio cárnico familiar en el que, antes de ir al colegio, había que afilar cuchillos y dar de comer a los cerdos que su padre tenía en Tavernes Blanques. Provenía de una estirpe de carniceros liberales y se formateó en el Matadero General de Valencia, donde los matarifes ensayaban tratados de cirugía y blasfemaban sin que se cayese la colilla de la boca. Siempre solía presumir de que esa había sido su universidad.
Su facilidad para dibujar lo aproximó, primero, al ámbito de la publicidad, en el que desarrolló su pericia en el diseño y, luego, le metió de lleno en el mundo del arte. Alfaro aprovechó esas brechas e hizo el complicado tránsito del mundo productivo al creativo sin desconectarse de la raíz ni perder la perspectiva que le había conferido el duro aprendizaje de la vida; es decir, aplicando la racionalidad a la creatividad.
Ese mestizaje, unido a la pulcritud, le permitió sustanciar bellezas de gran elegancia que no solo satisfacen a los más exigentes catadores de códigos, sino que conforman muchos paisajes colectivos. Pero antes tuvo que convencer a su padre, que no había asimilado que le gustara tanto Goethe ni que se podía ganar la vida sin trabajar duramente con las manos.
Su obra, entre otros reconocimientos, fue distinguida con el Premio Nacional de Artes Plásticas, que recibió en 1981. En 2007, el Institut Valencià d'Art Modern (IVAM), del que fue impulsor y autor del logotipo, mostró una antología de sus 50 años de esculturas. Fue su última gran exposición. Entonces, Alfaro, a quien Raimon definió como torsimany de metalls (traductor de metales) en la canción Andreu, amic, ya había dado por concluida su producción.
Tras de sí ha trazado una trayectoria inquieta y diversificada, aunque sin haber perdido nunca la perspectiva de su propia raíz, es decir, asimilando la creación artística de la metodología de los procesos y materiales industriales y manteniendo la convicción que la escultura tenía que servir para simbolizar actitudes o argumentos colectivos.
Alfaro tiene un centenar de esculturas públicas repartidas por el mundo. Se trata, en su mayoría, de grandes obras construidas a gran escala y con vocación de integrarse en los espacios públicos como verdaderos monumentos colectivos. Entre ellas destacan las de Madrid (su obra Puerta de la Ilustración, formada por arcos de acero inoxidable), Barcelona (la escultura del Mil·lenari, en los accesos del aeropuerto de El Prat, o las del Campus de Bellaterra y la Ciutat Olímpica), Valencia (en el aeropuerto, la Estació del Nord y la avenida de Aragón), así como en Nueva York (la fachada del Banco de Santander) o en varias ciudades alemanas.