4/4/13

alberto romero gil

¿Esto está acabado?

ACLARACIÓN
"En este texto he querido reflejar mi relación con la pintura. El arte es un mundo muy amplio, con gran diversidad de preguntas y respuestas, y lo que a mi me sirve, no tiene porque servirle a nadie más. En ningún momento he querido dar ninguna lección a nadie, es exclusivamente un camino personal."
..........................................................................................................................................................
Me recuerdo dibujando. Siempre sabía que era lo que quería dibujar, no habían dudas, simplemente dibujaba hasta la última consecuencia. Me sentía seguro, no importaba nada, sólo yo, mis cuatro colores y un papel que no tardaba en estar manchado. Y con la misma seguridad que empezaba, lo daba por terminado.
Pasaron los años y a medida que aumentaban los colores de mi paleta aumentaban las preocupaciones, las dudas y la angustia. La búsqueda de La Pintura se ha convertido en un viaje pedregoso, perdido, sin saber muy bien dónde ubicar mis pies, yendo de un lado para otro.
Creo que es común a todos lo que decidimos dedicarnos a La Pintura, preocuparnos y hacernos preguntas como ¿cual es nuestro estilo? ¿qué queremos pintar? ¿Qué contar y como hacerlo? ¿Dónde reside la originalidad, la contemporaneidad o la intemporalidad de una obra? y la clave, el misterio de la pintura, cómo alcanzarlo.
Esas preguntas han estado danzando constantemente en mi cabeza, hasta tal punto que la falta de respuestas claras me anulaban por completo.
Con mucha asiduidad, torpeza e ignorancia, recurría a todos aquellos pintores que admiraba para refugiarme, asimilar y falsificar sus respuestas, las que ellos habían encontrado para si. Pero no encontraba alivio, estaba claro que yo no tenía su inteligencia, su habilidad o maestría… y se devenía una farsa, sincera y honesta, pero una farsa.
Estaba claro lo que ellos tenían y yo no. Ellos habían encontrado su sitio, el lugar que los define. Un lugar donde solo ellos podían estar, un lugar donde la técnica, los temas, los recursos estaban supeditados a su Pintura (su lugar).

Pero ¿cual era mi lugar?
Este último verano junto a Ana y otros tantos grandes amigos, asistí a un taller impartido por Antonio López, y por primera vez comprendí cual era mi lugar. No fue algo que dijo Antonio, o mis compañeros, me lo dijo la pintura del natural.
Me di cuenta que la pintura del natural me obligaba a ser yo mismo. Democratizaba de una manera casi insultante mis habilidades. Yo sabía que en el estudio, si yo quería, mi pintura (con más o menos acierto) podía ser cualquier cosa, desde la pintura más fotorrealista a la más estéticamente pictórica. Ah! pero del natural, ya era otra cosa, allí ya no había foto, cuadrícula, fotocopias, paletas inmensas y demás herramientas (todas lícitas, por cierto), luz constante o lo más importante, el tiempo, aquello cambiaba.

Con esa idea volví al estudio, y decidí pasarme todo el verano pintando unas flores del natural.
Cada mañana salía de casa y me acercaba al parque Central de Mataró, allí en el lado Este se encuentran unos diez o quince arbustos voluptuosos de Hibiscus blancos. De los cuales recogía dos o tres flores y las colocaba en un par de vasos en la mesa del estudio. Había un contratiempo, las flores duraban abiertas un jornal, por lo que cada obra no podía durar más de ese tiempo. Me entró la angustia, dudé, tenía claro que yo no tenía la habilidad para resolver aquello en tan breve espacio. Lo reconozco soy, digamos, un pintor torpe con una cierta capacidad de perseverancia.

Pero no, debía pintar del natural para así desvelar mi auténtico yo. Eso me obligaba a aceptar las consecuencias, las limitaciones, los errores, las circunstancias. El cuadro sería lo que yo pudiera entregarle en ese momento, unas veces podría andar más camino y otras veces no llegaría tan lejos.

En ese momento me comprometí ha mirar más el natural que el cuadro. En cierta manera el cuadro perdía identidad y protagonismo, ya no era un acabado, un estilo definido, todo eso variaba en cada lienzo pues no tenía una imagen de lo que debería ser, por lo que cada obra se convertía en una consecuencia de mi Pintura. Una intención.

Eso creó en mi una controversia. Si cada cuadro tenía una piel distinta, en función del tiempo que yo había podido o querido dialogar con el natural, estaban todas las obras acabadas?

¿Está acabado? Esa pregunta, tan frecuente en cada visita al estudio de mi primer galerista en Madrid, no he sabido nunca responderla con exactitud. Ahora sí, mañana no sé.

Porque, ¿se podría decir que los retratos de Giacometti, comparados con los de Sorolla, están acabados? ¿y los bodegones de Cezanne con los de Zurbarán? ¿o el cuadro de la cena de Antonio López con El Taller de Vermeer? Y no ocurre acaso eso mismo entre las obras de un mismo artista?

Por eso cuando alguien me pregunta ¿esta acabado? ¿no deberías acabar eso más? Yo le respondo: quizás, sólo nos hemos dejado de hablar.