M. ELENA VALLÉS. PALMA Con las cigarras en pleno canto, gira una prensa de estampación en los talleres de la Fundació Pilar i Joan Miró. Masataka Kuroyanagi (Tokio, 1961) aguarda la primera prueba de impresión de una plancha trabajada por una de sus alumnas en el taller de Manera Negra, una de las técnicas de grabado más delicadas y directas. El artista japonés lleva desde el 23 de julio instalado en los talleres palmesanos del genio catalán enseñando a un equipo de doce personas los secretos de un procedimiento que no es originariamente japonés, pero que Kuroyanagi usa de una manera muy oriental. "Yo siempre represento cosas pequeñas, sencillas. En Europa, el arte está más contaminado, hay más ruido y muchos elementos", apunta el artista, cuyos trabajos a la manera negra han recorrido los cinco continentes y forman parte de prestigiosas colecciones internacionales.
Este hombre delgado, de modales exquisitos, es de filosofía minimalista: decir más con menos. Es un artista de pequeños movimientos. "Es como en el amor, no hace falta repetir todo el tiempo ´te quiero", ejemplifica. La primera técnica de grabado que manejó fue la litografía, para dar paso después al aguafuerte, "un proceso indirecto y químico". El japonés buscaba algo más puro, más sencillo, más artesanal. Fue entonces cuando descubrió la técnica a la manera negra o mezzotinto, desarrollada originalmente por el soldado alemán Ludwig Von Siegen a mediados del XVII para reproducir y difundir retratos pintados. "De esta técnica me interesaba sobre todo que podía ponerme a trabajar en cualquier lugar y en cualquier momento, sin luz, sin tecnología al alcance", indica. Por eso cree que lo manual y lo tradicional "es básico pra la supervivencia cultural". Para realizar un grabado de los suyos, Kuroyanagi sólo precisa de lo indispensable: un juego de herramientas para trabajar el granulado sobre la plancha. Y la tinta negra, lo que implica trabajar desde una superficie oscura para ir sacándole la luz.
Pero, ¿por qué partir de la oscuridad? "Porque en ella hay una concepción distinta del espacio. Éste se percibe de un modo distinto cuando todo está iluminado", observa Kuroyanagi. Su propia concepción del espacio, asegura el artista, está marcada por dos tradiciones japonesas. En primer lugar, por la ceremonia del té, una costumbre que su madre le inculcó. Y dos, por la concepción del espacio de los jardines japoneses. "Éstos son uniformes, cuando colocas un objeto en ellos, es éste el que crea y determina el resto del espacio. Es algo simple, pero muy complejo a la vez", explica.
El rito, una forma de apreciar en profundidad las cosas (desde el amor hasta el té japonés), está presente en esta técnica. "Para hacer el granulado sobre la plancha hay que balancear el graneador en diferentes direcciones de manera controlada", comenta. Un balanceo, una danza de dedos y manos "muy espiritual" que continúa con el uso del rascador y el bruñidor para marcar el dibujo. Casi meditación. No en vano, Kuroyanagi es budista.
Y de golpe, el artista evoca la ceremonia del té. "Allí la gente no habla, es la ceremonia del silencio, es como degustar el espacio y el tiempo sin ruidos y con tu taza. Así aprendes a valorar los pequeños detalles. Cuando en una habitación donde se está tomando el té tiene lugar algún gesto fuera de lo común, se crea una fuerza dramática en el ambiente descomunal", describe.
En uno de los talleres de ´la Miró´, hay ruido de secadores, de grifos, incluso algunos alumnos cantan. Pero la alegría dura poco en el ambiente. La conversación vira hacia el tsunami que devastó Japón el año pasado. "Cuando ocurrió estaba dando clases en la universidad. Empezó a venirse todo abajo. El agua de la piscina, que estaba en la azotea, se vertía por los bordes del edificio", evoca. "Aquello fue terrible. Mucha gente mayor perdió a la familia. Esas personas perdieron toda la esperanza, esperaban que alguien les ayudara", señala. "El tsunami le cambió a la gente su manera de ver el mundo, el bienestar se vino abajo". Pasado un año, la catástrofe de Fukushima parece que palidece pese a que sus efectos aún estén presentes. "Se ha pasado de hablar constantemente sobre la hecatombe nuclear a que apenas se haga referencia a ello cuando la recuperación de la zona no ha terminado. Es como si el tsunami formara parte ahora de un tiempo muy lejano", lamenta el artista, que está en el camino de abrirse al color gracias al influjo de Joan Miró.
Pero, ¿por qué partir de la oscuridad? "Porque en ella hay una concepción distinta del espacio. Éste se percibe de un modo distinto cuando todo está iluminado", observa Kuroyanagi. Su propia concepción del espacio, asegura el artista, está marcada por dos tradiciones japonesas. En primer lugar, por la ceremonia del té, una costumbre que su madre le inculcó. Y dos, por la concepción del espacio de los jardines japoneses. "Éstos son uniformes, cuando colocas un objeto en ellos, es éste el que crea y determina el resto del espacio. Es algo simple, pero muy complejo a la vez", explica.
El rito, una forma de apreciar en profundidad las cosas (desde el amor hasta el té japonés), está presente en esta técnica. "Para hacer el granulado sobre la plancha hay que balancear el graneador en diferentes direcciones de manera controlada", comenta. Un balanceo, una danza de dedos y manos "muy espiritual" que continúa con el uso del rascador y el bruñidor para marcar el dibujo. Casi meditación. No en vano, Kuroyanagi es budista.
Y de golpe, el artista evoca la ceremonia del té. "Allí la gente no habla, es la ceremonia del silencio, es como degustar el espacio y el tiempo sin ruidos y con tu taza. Así aprendes a valorar los pequeños detalles. Cuando en una habitación donde se está tomando el té tiene lugar algún gesto fuera de lo común, se crea una fuerza dramática en el ambiente descomunal", describe.
En uno de los talleres de ´la Miró´, hay ruido de secadores, de grifos, incluso algunos alumnos cantan. Pero la alegría dura poco en el ambiente. La conversación vira hacia el tsunami que devastó Japón el año pasado. "Cuando ocurrió estaba dando clases en la universidad. Empezó a venirse todo abajo. El agua de la piscina, que estaba en la azotea, se vertía por los bordes del edificio", evoca. "Aquello fue terrible. Mucha gente mayor perdió a la familia. Esas personas perdieron toda la esperanza, esperaban que alguien les ayudara", señala. "El tsunami le cambió a la gente su manera de ver el mundo, el bienestar se vino abajo". Pasado un año, la catástrofe de Fukushima parece que palidece pese a que sus efectos aún estén presentes. "Se ha pasado de hablar constantemente sobre la hecatombe nuclear a que apenas se haga referencia a ello cuando la recuperación de la zona no ha terminado. Es como si el tsunami formara parte ahora de un tiempo muy lejano", lamenta el artista, que está en el camino de abrirse al color gracias al influjo de Joan Miró.