Interesant notícia a El Pais
Manifestación en Madrid el pasado 21 de julio conta el IVA a la Cultura. Foto: Gorka Lejarcegi.
Se nota al pasear por cualquiera de las capitales europeas: al compararlas con las principales ciudades españolas no se observa únicamente una menor oferta cultural, sino una ausencia de tradición cultural sólida, algo que cuesta años –siglos- alcanzar y que se pierde en un abrir y cerrar de ojos. El esfuerzo por poneros al día desde la llegada de la democracia ha sido enorme y encomiable, pero la impresión es que queda mucho camino por recorrer.
De hecho y como es de todos sabido, los largos años de la dictadura –años de fúbtol y toros, un poco igual que ahora, parece- excluyeron a nuestro país de una integración normal en la modernidad y las consecuencias fueron tan nefastas a largo plazo que, pese al esfuerzo sistemático que se hizo desde los sucesivos gobiernos centrales y autonómicos –de todas las ideologías- para poner el país el día en cuestiones culturales, han quedado huecos sin cubrir que jamás podrán ser subsanados por motivos obvios: la realidad no nos espera.
Y la Historia tampoco. Resolutiva y sin piedad, la Historia, como el tiempo, corre en contra de quienes se quedan rezagados. Ponerse al día en cuestiones culturales es una misión compleja: hay cosas –muchas- que no tienen remedio ni solución sencilla, ni siquiera con todo el oro del mundo (que no es el caso, por cierto). Es la explicación para una ausencia notable de "picassos" en las colecciones públicas y privadas del Estado frente al caso francés, que no se hubiera podido paliar ni con todo el dinero del mundo, ya que nadie está dispuesto a vender sus mejores "picassos"; y es el motivo de la falta de un temprano cine local de calidad, contrapuesto al norteamericano, como ocurre en Italia, Suecia o Francia en la segunda mitad del XX. Es también la razón por la que, frente a Inglaterra, no hay una tradición sólida en el teatro o el ballet, por no hablar de la pasión por la música en lugares como Alemania o Austria, para seguir citando ejemplos de nuestro entorno próximo. España ha sido, históricamente hablando y en especial durante esos años cruciales de la modernidad, un país pobre e inculto y hasta con unas tasas altas de analfabetismo que los años y los esfuerzos han sido subsanandos.
La escultura Construcción ( 1928) superpuesta al cuadro Femme en pied ( 1927), en la exposición El siglo de Picasso, en el Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, en 1988. Foto: María Moreno
A principios de los años 80, sumergido el país en casi cierta prosperidad económica, quedaba todo por hacer en materia cultural y educativa. Por ese retraso cultural, sumado a la falta de inversiones y de apoyo efectivo a la investigación -y no por las razones absurdas que algunos aducen-, nuestras universidades están fuera del ranking de las cien primeras del mundo. Con todo en contra, tratan de llevar a cabo la mejor performance posible y, teniendo en cuenta su trabajo en precario, comparadas con las grandes universidades extranjeras, tienen unos resultados muy superiores a los que cabría esperar. El país como colectivo ha querido salir del pozo de la ignorancia, aprender más idiomas, formarse mejor... –lo demuestra un gran número de nuestros jóvenes hoy, excelentes en su formación y buscados más allá de nuestras fronteras.
Tanto fuera como dentro se ha valorado el esfuerzo de estas últimas décadas. No sólo éramos un milagro económico –que se ha convertido al fin en pesadilla-, sino que nuestras ciudades han jugado a competir con el resto de Europa en materia cultural, área que a desde mi punto de vista ha sido más sistemáticamente apoyada que la educación universitaria, por ejemplo. Grandes centros de arte actual –casi uno en cada ciudad-, grandes exposiciones temporales en los principales museos; interesantes producciones cinematográficas con reconocimiento internacional, teatro, música y ópera de máximo nivel... han ido "normalizando" el panorama cultural, contribuyendo a esa otra educación fuera del aula, la educación de muchas personas que, poco a poco, se han ido acostumbrando –como ocurre con los países europeos- a que la cultura formara parte de sus existencias, incluso una de las más importantes.
Cola formada para entrar en el Museo Picasso de Barcelona en abril de 2012. Foto: José María Tejederas
No obstante, ahora las cosas han cambiado y no sólo porque hay necesidades más acuciantes de las que ocuparse en un país con millones de parados y muchas familias viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Sin duda eso es lo prioritario, si bien me atrevería a decir que igual de importante que un niño se alimente de forma adecuada es que un niño tenga un cuaderno donde escribir: ambas cuestiones forman parte de la libertad del individuo a la cual contribuye la cultura.
Sin embargo, desde primeros de este mes dicha cultura ha pasado a ser un objeto de lujo. Consumir cultura, incluso los cuadernos para que los niños escriban en sus colegios, cuesta mucho más y la pregunta surge inevitable: ¿tendrá este acoso a la cultura algo que ver con motivaciones más ideológicas que económicas? ¿Será que, como en los viejos tempos, cuanto menos formadas las personas mejor?
Pero vayamos un paso más allá en la argumentación y seamos prácticos, que ahora toca. Si España está abocada a convertirse, más aún incluso que en el pasado, en un país turístico – de servicios-, ¿no habrá que tratar de alcanzar un nivel alto como el de Italia, un turismo más sofisticado, más culto –y por tanto más rentable, que gaste más-, frente al que viene por copas, coca, sol y fiesta de bajo costo? Si la cultura es hoy "industria cultural", y lo es, entonces hay que protegerla y apoyarla como a cualquier industria y hay que rentabilizar sus exportaciones. Es lo contrario de lo que va a suceder: el cambio de criterio que considera la cultura como un articulo de lujo va a perjudicar a los sectores, las industrias, implicadas – por ejemplo ¿por qué comprar una obra a una galería española si se puede comprar fuera por menos dinero, con un IVA más bajo? No parece, pues, probable que se termine por recaudar más -al contrario.
De izquierda a derecha: los actores Juan Diego Botto y Alberto San Juan; la cantante pop Anni B. Sweet; la galerista de arte Soledad Lorenzo; el director de cine Pedro Almodóvar; la actriz y directora Núria Espert; el director teatral Mario Gas, el torero Miguel Abellán y el actor Paco León sostienen el cartel # porlacultura en el Matadero de Madrid. Foto: Samuel Sánchez y Gorka Lejarcegi
En última instancia la medida va a perjudicar sobre todo a la formación de los ciudadanos que se verán privados de eso que los anglosajones llamarían "formación continua", un modo de aprender fuera del aula, una obligación pública al mismo nivel que crear empleo o velar por la salud de los contribuyentes.
No, la cultura no es un artículo de lujo, sino una parte básica de la educación, igual que las universidades o los colegios. Ahí, en la educación, reside el futuro, ese futuro al cual casi habíamos llegado y que en estos momentos peligra con desaparecer en otro periodo de inesperado oscurantismo. Merecería la pena recapacitar un poco sobre el asunto, incluso desde un punto de vista pragmático. Más a veces termina por ser menos y en este caso concreto es probable que sea así. Lo veramos al final de año, al comprobar lo recaudado -que será poco. Pero quizás para entonces se nos haya vuelto a escapar el tren. Una pena.
Se nota al pasear por cualquiera de las capitales europeas: al compararlas con las principales ciudades españolas no se observa únicamente una menor oferta cultural, sino una ausencia de tradición cultural sólida, algo que cuesta años –siglos- alcanzar y que se pierde en un abrir y cerrar de ojos. El esfuerzo por poneros al día desde la llegada de la democracia ha sido enorme y encomiable, pero la impresión es que queda mucho camino por recorrer.
De hecho y como es de todos sabido, los largos años de la dictadura –años de fúbtol y toros, un poco igual que ahora, parece- excluyeron a nuestro país de una integración normal en la modernidad y las consecuencias fueron tan nefastas a largo plazo que, pese al esfuerzo sistemático que se hizo desde los sucesivos gobiernos centrales y autonómicos –de todas las ideologías- para poner el país el día en cuestiones culturales, han quedado huecos sin cubrir que jamás podrán ser subsanados por motivos obvios: la realidad no nos espera.
Y la Historia tampoco. Resolutiva y sin piedad, la Historia, como el tiempo, corre en contra de quienes se quedan rezagados. Ponerse al día en cuestiones culturales es una misión compleja: hay cosas –muchas- que no tienen remedio ni solución sencilla, ni siquiera con todo el oro del mundo (que no es el caso, por cierto). Es la explicación para una ausencia notable de "picassos" en las colecciones públicas y privadas del Estado frente al caso francés, que no se hubiera podido paliar ni con todo el dinero del mundo, ya que nadie está dispuesto a vender sus mejores "picassos"; y es el motivo de la falta de un temprano cine local de calidad, contrapuesto al norteamericano, como ocurre en Italia, Suecia o Francia en la segunda mitad del XX. Es también la razón por la que, frente a Inglaterra, no hay una tradición sólida en el teatro o el ballet, por no hablar de la pasión por la música en lugares como Alemania o Austria, para seguir citando ejemplos de nuestro entorno próximo. España ha sido, históricamente hablando y en especial durante esos años cruciales de la modernidad, un país pobre e inculto y hasta con unas tasas altas de analfabetismo que los años y los esfuerzos han sido subsanandos.
La escultura Construcción ( 1928) superpuesta al cuadro Femme en pied ( 1927), en la exposición El siglo de Picasso, en el Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, en 1988. Foto: María Moreno
A principios de los años 80, sumergido el país en casi cierta prosperidad económica, quedaba todo por hacer en materia cultural y educativa. Por ese retraso cultural, sumado a la falta de inversiones y de apoyo efectivo a la investigación -y no por las razones absurdas que algunos aducen-, nuestras universidades están fuera del ranking de las cien primeras del mundo. Con todo en contra, tratan de llevar a cabo la mejor performance posible y, teniendo en cuenta su trabajo en precario, comparadas con las grandes universidades extranjeras, tienen unos resultados muy superiores a los que cabría esperar. El país como colectivo ha querido salir del pozo de la ignorancia, aprender más idiomas, formarse mejor... –lo demuestra un gran número de nuestros jóvenes hoy, excelentes en su formación y buscados más allá de nuestras fronteras.
Tanto fuera como dentro se ha valorado el esfuerzo de estas últimas décadas. No sólo éramos un milagro económico –que se ha convertido al fin en pesadilla-, sino que nuestras ciudades han jugado a competir con el resto de Europa en materia cultural, área que a desde mi punto de vista ha sido más sistemáticamente apoyada que la educación universitaria, por ejemplo. Grandes centros de arte actual –casi uno en cada ciudad-, grandes exposiciones temporales en los principales museos; interesantes producciones cinematográficas con reconocimiento internacional, teatro, música y ópera de máximo nivel... han ido "normalizando" el panorama cultural, contribuyendo a esa otra educación fuera del aula, la educación de muchas personas que, poco a poco, se han ido acostumbrando –como ocurre con los países europeos- a que la cultura formara parte de sus existencias, incluso una de las más importantes.
Cola formada para entrar en el Museo Picasso de Barcelona en abril de 2012. Foto: José María Tejederas
No obstante, ahora las cosas han cambiado y no sólo porque hay necesidades más acuciantes de las que ocuparse en un país con millones de parados y muchas familias viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Sin duda eso es lo prioritario, si bien me atrevería a decir que igual de importante que un niño se alimente de forma adecuada es que un niño tenga un cuaderno donde escribir: ambas cuestiones forman parte de la libertad del individuo a la cual contribuye la cultura.
Sin embargo, desde primeros de este mes dicha cultura ha pasado a ser un objeto de lujo. Consumir cultura, incluso los cuadernos para que los niños escriban en sus colegios, cuesta mucho más y la pregunta surge inevitable: ¿tendrá este acoso a la cultura algo que ver con motivaciones más ideológicas que económicas? ¿Será que, como en los viejos tempos, cuanto menos formadas las personas mejor?
Pero vayamos un paso más allá en la argumentación y seamos prácticos, que ahora toca. Si España está abocada a convertirse, más aún incluso que en el pasado, en un país turístico – de servicios-, ¿no habrá que tratar de alcanzar un nivel alto como el de Italia, un turismo más sofisticado, más culto –y por tanto más rentable, que gaste más-, frente al que viene por copas, coca, sol y fiesta de bajo costo? Si la cultura es hoy "industria cultural", y lo es, entonces hay que protegerla y apoyarla como a cualquier industria y hay que rentabilizar sus exportaciones. Es lo contrario de lo que va a suceder: el cambio de criterio que considera la cultura como un articulo de lujo va a perjudicar a los sectores, las industrias, implicadas – por ejemplo ¿por qué comprar una obra a una galería española si se puede comprar fuera por menos dinero, con un IVA más bajo? No parece, pues, probable que se termine por recaudar más -al contrario.
De izquierda a derecha: los actores Juan Diego Botto y Alberto San Juan; la cantante pop Anni B. Sweet; la galerista de arte Soledad Lorenzo; el director de cine Pedro Almodóvar; la actriz y directora Núria Espert; el director teatral Mario Gas, el torero Miguel Abellán y el actor Paco León sostienen el cartel # porlacultura en el Matadero de Madrid. Foto: Samuel Sánchez y Gorka Lejarcegi
En última instancia la medida va a perjudicar sobre todo a la formación de los ciudadanos que se verán privados de eso que los anglosajones llamarían "formación continua", un modo de aprender fuera del aula, una obligación pública al mismo nivel que crear empleo o velar por la salud de los contribuyentes.
No, la cultura no es un artículo de lujo, sino una parte básica de la educación, igual que las universidades o los colegios. Ahí, en la educación, reside el futuro, ese futuro al cual casi habíamos llegado y que en estos momentos peligra con desaparecer en otro periodo de inesperado oscurantismo. Merecería la pena recapacitar un poco sobre el asunto, incluso desde un punto de vista pragmático. Más a veces termina por ser menos y en este caso concreto es probable que sea así. Lo veramos al final de año, al comprobar lo recaudado -que será poco. Pero quizás para entonces se nos haya vuelto a escapar el tren. Una pena.