7/1/13


TOMÁS HORRACH, IN MEMORIAM
[Tomás Horrach Bibiloni, 31 diciembre 1947-30 diciembre 2012. Retratado por Francesc Grimalt]
(artículo publicado hoy en El Mundo de Baleares, p. 55)

El pasado domingo día 30 su corazón dejó de latir. Sin aviso previo, pues su salud era muy buena. En esos momentos se encontraba solo, en su piso de Palma, en calle Aragón. Parece que se sintió mal y se recostó en el sofá. A un lado dejó el móvil y las gafas. Seguramente no padeció en exceso. El diagnóstico: un derrame masivo en la aorta. Lo encontró, ya frío y en posición relajada, pasadas las diez de la noche, su hermano Antonio, que acudió al piso alarmado por su silencio. Justo al día siguiente habría cumplido 65 años.

Tomás Horrach Bibiloni ha sido uno de los pintores más importantes de su generación. Fue un artista particular, que inicialmente en Barcelona, donde estudió Bellas Artes, parecía decantarse por la pintura abstracta, aunque después renunció en favor de un hiperrealismo muy personal. Disgustado por la promoción de la banalidad mediocre que comenzaba a estilarse en el arte moderno de los años 60, Tomás se replegó hacia lo artesano y tradicional, en un culto por lo figurativo realista (heredero de Corot, Watteau, Zurbarán y Antonio López, entre otros) que ha sido desdeñado burdamente por ciertos mandarines de nuestra época. Tomás se marcó un camino serio y riguroso de respeto a la tradición, y nunca pretendió haber descubierto América, como reclaman para sí tantos farsantes. En este sentido, su Némesis era Damien Hirst, el 'artista mediático' sin dotes para el dibujo y la pintura.

Mi tío, conocido como 'en Tomàs de ses Deu', vivió entre Palma y Saint-Malo durante décadas (con un breve período en Huesca, donde impartió clases), pues de esta ciudad de la Bretaña francesa procede su mujer, Edith; por lo general, pasaba en Francia los veranos, y residía entre nosotros en invierno. Fue un bon vivant moderado (a la mallorquina), una persona generosa y entrañable, muy alejada de los retorcimientos de ciertos artistas torturados. Tomás amaba la vida y el arte, de forma tranquila, con nervio pero sin excesos.

Se retiró de la docencia hace unos años, y últimamente andaba entregado a un entusiasta proyecto de manifiesto. Consistía en una crítica directa a ciertas pautas mercantilistas y especulativas que han prostituido una gran parte del arte contemporáneo, convirtiéndolo en otro producto financiero más. No se trata de que se enfrentara al arte abstracto en general, pues apreciaba a muchos pintores de este tipo de tendencias (como Kandinsky, Klee o Malevich), sino que pretendía recuperar la dignidad originaria del artesano, sepultada por el peso de la moda y la opulencia. Para esta tarea, tal vez algo ingenua pero necesaria, me reclutó estos dos últimos meses. Simplemente traté de pulir el estilo de sus alegatos, la reflexión de sus postulados estético-morales. Tomás estuvo meditando día y noche para encontrar las palabras precisas que alejaran a las jóvenes promesas de la pintura del Becerro de Oro de los medios y las galerías más poderosas. Todo aquello que silenciosamente, con sus alumnos, trató de defender en el pasado, en ésta su última época pretendía hacerlo más explícito, convertirlo en una proclama, en un Yo Acuso 'zoliano', que volviera a poner algunas cosas en su sitio, tras estallar los goznes que las sostenían. En cierta forma, ha sido su testamento.