Massiel en el Festival de Eurovisión de 1968 |
Rosa Olivares | Exit-express
Lo primero que se me ocurre cuando me doy cuenta de que este año vuelve a celebrarse la Documenta de Kassel es que hay que ver cómo pasa el tiempo. Antes parecía que esa periodicidad de “cada cinco años” se hacía eterna y esperábamos el nuevo evento como si nos fuera la vida en ello. Ahora sólo decimos o pensamos: “¿otra vez? ¿Ya han pasado cinco años?”. Y es que el tiempo, y su paso, es lo que tiene. Leo una entrevista con la feliz comisaria de la Documenta y sólo se me ocurre ¿Quién habrá ganado Eurovisión? Y me doy cuenta, finalmente, que casi me importan lo mismo. Nunca volveremos a ganar Eurovisión, los días felices de vino y rosas pop se nos fueron para siempre, y tampoco tendremos ningún artista vivo en la Documenta nunca más. Eso sí, puede servir para rescatar algún exquisito cadáver, algún raro o exótico del baúl de los recuerdos, que si Pere Portabella, que si el Bulli, que si Dalí, que si Enrique Vila-Matas… pero artistas vivos, de los que hoy exponen y trabajan, esos como las golondrinas parecen haberse ido para siempre.
Hubo un tiempo en que la sociedad artística española (cuando eso existía) se arremolinó ante la excesiva ausencia de artistas españoles en eventos internacionales, frente a la prácticamente nula presencia de nuestro arte actual en ningún sitio, incluyendo nuestros propios museos, y de ese malestar surgió el IAC y a su cola todas las asociaciones en las que hoy se fragmenta aquel espejismo de sociedad artística. Hoy la ausencia sigue siendo la misma, pues el infinito no admite superlativos ni fragmentaciones. No existimos más allá de la puerta de la casa de nuestras madres. Es triste, pero es así. No existimos para el mercado, y Art Basel se ha encargado de dejarlo aún más claro expulsando a prácticamente todas las galerías que no han ido cerrando. Nuestros artistas salen al extranjero poco más que de turismo, en intercambios con algunas galerías, en ferias internacionales de serie B con galerías españolas que van cerrando los ojos, apretando los puños y tirándose a la feria como el que se tira al mar, con la esperanza de no ahogarse. Para la crítica extranjera (lo de internacional es mucho decir) o los comisarios, o quien quiera que venga a España, sólo existimos pues pagamos, es decir que nos miran porque estamos aquí pero ni entienden ni les interesa prácticamente nada de lo que hacemos. Pero, no sabemos si hay un culpable, o tal vez todos seamos culpables.
¿Son los artistas culpables? No, ellos hacen lo que pueden, a veces mucho, a veces poco. ¿Son culpables las galerías? No, ellas hacen lo que pueden y lo que saben, a veces mucho, a veces poco. ¿Es culpable la crisis? No, ella sólo ha hecho que todo nos importe menos relativamente, pues ¿qué son nuestros problemas y nuestras deudas comparadas con las de Bankia y con la prima de riesgo? Hemos alcanzado la esencia misma de la relatividad. La realidad es que en esta sociedad sin culpables las cosas van, como diría un argentino, remal. Mal y cada vez peor, pues no hemos conseguido mejorar en nada pero además ahora ya casi no nos importa estar tan mal.
Bien es cierto que, leyendo las declaraciones de la directora de la Documenta, con un nombre imposible, y que no merece la penar esforzarse por escribir bien pues el viento del tiempo se lo llevará sin dejar huella hasta un museo, una institución, a cualquier lugar donde pueda seguir hablando de “agentes” en vez de comisarios, nos damos cuenta de que total da igual. Se trata del mercado, el de los objetos y el de las ideas. Hace poco un funcionario me decía que no entiende el arte como producto ni la cultura como industria, que él trabaja con las ideas (que es historiador de arte), debería trabajar en Goldman & Sachs, donde el dinero es una idea, la miseria un concepto y el suicidio sólo una posibilidad. La directora de Documenta, entre risas y sonrisas, y mientras afirma que realmente no sabe lo que están haciendo sus “agentes” (antes conocidos como comisarios) parece trabajar también con ideas, en un mundo perfecto, sin crisis, sin ruina, sin fracaso, sin suicidios, incluso sin artistas. Creo que Eurovisión lo han ganado los suecos, en un festival en el que las ideas también brillan por su ausencia. Y es que cada vez se parecen más la Documenta y Eurovisión, sólo que una es cada cinco años y la otra cada año, ¿o era al revés?