Comme le rêve, le dessin ! / La situación de las artes
El presente texto es un fragmento de una versión más extensa que fue
presentada en el marco de las conferencias y debates sobre el estado
del arte durante la última Bienal de la Habana. Quizás por ello
encontrarán que el incio del texto es directo: in media res. Sin
embargo, creemos que los lectores son agentes "activos" y saben desde
dónde se les está "hablando". Agradecemos al autor su generosidad por
compartir sus reflexiones con los lectores de este Salonkritik y de los
habituales Domingos de Festín Caníbal. MVJ
[...] A nadie escapa que nuestro mundo actual poco tiene que ver con el
imaginado por los teóricos de los años '60. Los mapas que pudieron
servir en aquel momento para representar el orden del mundo han
resultado hoy definitivamente obsoletos. Todo ha cambiado, desde la
estructura del sistema financiero y económico del mundo, al orden
geopolítico, a las condiciones de desequilibro recientes en un sistema
global profundamente asimétrico entre la complejidad creciente del
planeta y las insuficiencias de las instituciones internacionales
encargadas de garantizar una governance adecuada del mismo. Y
no menos importante son los grandes cambios que se han dado en el campo
de la cada vez más fuerte industria cultural que, apoyada ahora en los
nuevos desarrollos tecnológicos, ha invadido con la alianza de mercados y
comunicación todas las esferas de la vida privada. Todo esto acompañado
de cambios antropológicos que han derivado hacia nuevos sistemas de
valores. Los años '80 fueron el momento en el que una estetización
progresiva de la cultura motivó la pérdida de aquella carga utópica que
alimentó las ideas de las décadas anteriores y su capacidad crítica. Un
fuerte y generalizado individualismo ocupó los espacios simbólicos
favoreciendo un receso de las ideas críticas. Se trataba de un giro
importante en el proceso de transformación de la cultura moderna que por
cierto se vio acompañado de un crecimiento de la institución del arte.
El circuito de museos, galerías, crítica y mercado... eran cómplices de
una historia que había convertido el arte en un componente más del
sistema de intercambio simbólico que caracterizaba a las sociedades
postindustriales en su momento de máxima expansión. Jean Baudrillard
analizaba la retroescena de este intercambio que volvía a hacer evidente el "tout devient
marchandise" baudeleriano. Aquella pérdida de horizonte fue reivindicada
desde discursos como el de Walter Benjamin inspiradores de reflexiones
que como las de October y otras plataformas de pensamiento
analizaban las implicaciones del "impulso alegórico" que dominaba los
comportamientos del arte de los finales de los '80, tal como escribía
Craig Owens.
Se ha hablado de un giro ético de la cultura a finales de los '90.
Acontecimientos como la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de
1989, la disolución de la Unión Soviética, el final de la Guerra fría
generó aquellas ilusiones que llevaron a pensar en "el final de la
historia". Todo había concluido y había llegado el momento de celebrar
un final de viaje coronado por el triunfo del Capitalismo liberal, como
forma y método de organización del mundo. A este fácil e ingenuo
optimismo no le secundó el sistema del arte, prefirió situarse al margen
y decidir aquellas estrategias que le permitieran hacer suyos los
grandes problemas del mundo entendidos en su dimensión más cosmopolita.
Desde entonces se puede decir que es difícil intentar construir la
agenda de estos problemas sin hacer referencia al trabajo del arte. En
él se han ido registrando de una y otra forma todas aquellas situaciones
que desde la emergencia constituían la voz de los nuevos conflictos.
Bastaría recordar algunas citas de aquellos años. Pienso en la Bienal de Whitney de
1993, en Rites of passage de 1995 o la Biennale de Venezia de 1996 que volvía a plantear desde presupuestos problemáticos la frontera entre Identità e Alterità que ya desde antes constituía uno de los argumentos estratégicos del mundo del arte.
Todos ellos son momentos en los que se representa ese giro ético que
el arte ha hecho suya su relación con la cultura y el mundo en el que se
inscribe. Igualmente el giro afectará a la orientación de las formas de
la crítica, forzada ahora a abandonar el espacio neutral de los
análisis formalistas, derivados de una tradición lingüística que negó
los contextos, para inscribirse en una perspectiva en la que la
complejidad de los hechos culturales volvía a dominar la lectura e
interpretación de la obra de arte. Esta ya no volverá a pensarse
autónomamente, sino como un hecho cultural, inscrito en el sistema de
relaciones que atraviesa toda cultura. Un debate que adquirirá
particular relevancia en los últimos años y que incide igualmente en las
ideas y estrategias que deben regir y orientar las instituciones del
arte.
En este sentido es bien curioso observar cómo el problema de la
identidad se ha convertido en una de las cuestiones centrales del debate
contemporáneo. Las diferentes tradiciones críticas que más eficazmente
han colaborado a definir el problema, han hecho posible un tipo de
análisis que abarca tanto su perspectiva histórica como sus
implicaciones críticas. Para unas y otras resulta claro que las
supuestas identidades culturales nunca son algo que venga dado, sino que
se construyen colectivamente a partir de la experiencia, la memoria, la
tradición, así como de una amplia variedad de prácticas culturales,
sociales y políticas. Este proceso debe ser pensado históricamente, es
decir, a partir del sistema de relaciones que han definido los
diferentes mundos culturales, a veces desinteresados por mostrar la
lógica de sus propias identidades e imaginarios. Obviamente estos
procesos no son autónomos. Por el contrario, operan dentro de un
dinámico sistema de interdependencias, cuya lógica no es ajena a las relaciones de dominación que han regido entre
las diferentes culturas. Foucault y E.W. Said, pero también Gayatri
Spivak, Rey Chow o Homi Bhabha, entre otros, han mostrado el
comportamiento de los mundos simbólicos en conflicto. Para estos
análisis es necesario que afirmemos nuestras densas particularidades,
nuestras diferencias, tanto las vividas como las imaginadas. La plural y
siempre importante reflexión de la perspectiva postcolonial –tal como
ha sido desarrollada por comparativistas y teóricos de la cultura– ha
abierto nuevas direcciones de interpretación a cuya luz las relaciones
de interdependencia son estructuralmente fundamentales a la hora de
definir los diferentes universos culturales, que anteriormente eran
considerados autónomos. Desde este punto de vista, toda cultura debe ser
entendida como la producción incompleta de significado y valor, a
menudo constituida por exigencias y prácticas complementarias. La
cultura se extiende así para crear una textualidad simbólica que, como anota Homi K. Bhabha en Nation and Narration, todo orden simbólico postula.
Si el problema de la identidad ha ocupado un lugar central en las
preocupaciones del arte a lo largo de las últimas décadas ha sido por
ser una de las matrices más complejas a la hora de abordar en un
contexto globalizado la especificidad de las culturas particulares y sus
estrategias de afirmación o resistencia. En las ciencias sociales puede
observarse un esfuerzo generoso por situar de nuevo los problemas y
establecer una lógica de los procesos que dan cuenta de las diferentes
modalidades identitarias. Por otra parte, a los procesos de
mundialización que conllevan formas de progresiva homologación cultural
caben dos respuestas: una, la de la resistencia que conduce a defender
la especificidad de cada cultura frente al proceso de las
mundializaciones pautadas; o, la de adoptar un mestizaje abierto que
posibilite formas híbridas de identidades provisorias expuestas a
nomadismos coyunturales. Una y otra se han dado en el panorama
contemporáneo y el arte ha sabido interpretar unas y otras.
Si antes podíamos afirmar que resultaría difícil establecer la agenda
de los problemas del mundo contemporáneo sin acudir al trabajo del arte
como intérprete de los mismos, igualmente se puede decir que el arte ha
sabido configurar un horizonte multicultural en el que las fronteras se
reinterpretan y modulan de acuerdo a la nueva complejidad. Y es
justamente el arte con sus lenguajes e intervenciones el que ayuda a
construir una mirada abierta hacia una época profundamente
multicultural. Y si se habla hoy de una cultura de la post-identidad –Cultures In-between,
dirá Bhabha– es para indicar los procesos de desplazamiento que
descentran y permeabilizan los referentes tanto simbólicos como
imaginarios de las culturas contemporáneas.
Todas estas ideas son la base de un posible punto de partida para
repensar el proyecto y las formas del arte. Uno y otro se asoman hoy a
la emergencia de un nuevo cuerpo social, que irrumpe en las
sociedades contemporáneas arrastrando consigo todos los problemas
antropológicos y políticos del reconocimiento. Es una situación nueva,
de creciente complejidad que se nos presenta con la exigencia de un
debate abierto que ayude a plantear las nuevas geografías de lo social.
Toca al arte y a la cultura del proyecto trazar la cartografía de ese
nuevo mundo, es decir, construir los mapas y conceptos que permiten
pensar las sociedades contemporáneas en su complejidad global. Esto
implica una decisión sobre los tipos de estrategia a seguir en los
procesos de intervención. Se trata de trazar proyectos de acuerdo a
micropolíticas que permitan individuar e intervenir en lugares y
situaciones concretas, un barrio, una escuela, un hospital..., marcadas
por su especificidad y en
los que la dimensión social resulta fundamental. Es ahí donde el trabajo
del arte construye nuevas dimensiones, interpreta lo social y hace
posible una dimensión utópica que pasa a ser el horizonte ético de toda
experiencia humana.
Lo importante es construir una nueva forma de pensar, acorde con las
condiciones de la nueva complejidad. Hoy, por ejemplo, la ecología nos
obliga a pensar la ciencia y la política al mismo tiempo. Es la
debilidad de ciertos discursos sobre la sostenibilidad que terminan
siendo un inútil pliego de buenas intenciones. Si nos situamos en esa
perspectiva, todo lo que tiene que ver con la cultura del proyecto debe
ser repensado. John Berger lo recordaba recientemente. La primera tarea
de cualquier cultura es proponer una comprensión del tiempo, de las
relaciones del pasado con el futuro, entendidas en su tensión, en la
dirección en la que convergen contradicciones y esperanzas, sueños y
proyectos. Comme le rêve, le dessin! Sí, como el sueño, el
proyecto, en esa extraña relación en la que se encuentran las ideas y
los hechos, la tensión de un afuera que la historia transforma y el
lugar de un pensamiento que imagina y construye la casa, la polis.